Defender la libertad de expresión y a la vez desconfiar de toda expresión que no sea políticamente correcta y no comparta el buenismo dominante conforme al cual los terroristas dejarán de serlo si se les responde con cesiones, multiculturalismo, manifestaciones, y lemas como “Bring back our girls” o “Je suis Charlie”.
Decir que uno está en contra de la violencia “venga de donde venga” cuando viene de un solo lado. Negar que el terrorismo pueda tener ninguna justificación, y seguidamente hablar del contexto, de la justicia social, de la pobreza en el mundo, de la desigualdad, y de la maldad de los estados, pero no en general, sino particularmente de Estados Unidos e Israel. Acudir a manifestarse contra el terrorismo en Francia pero no en España. Proclamar severamente que nunca se puede negociar con los terroristas, y después negociar con los terroristas aquí, o cuando amenazan nuestros intereses o a nuestros ciudadanos.
Quejarse contra la intolerancia típicamente musulmana y pretender erradicar los piropos. Decir que todas las religiones son iguales pero atacar especialmente al cristianismo y al judaísmo. Vanagloriarse del respeto a la libertad religiosa, pero a continuación afirmar que es una libertad que sólo puede ejercitarse dentro de casas y templos, y jamás fuera de ellos (lógicamente, se exceptúan las religiones no judeocristianas). Otrosí digo: proclamar la libertad religiosa pero quitarle a la Iglesia Católica la catedral de Córdoba.
Confiar en que el Estado defiende mucho mejor la seguridad cuanto más grande e intrusivo es, y negarse a considerar tanto la evidencia en contrario como cualquier alternativa que estribe en unos ciudadanos libres y responsables. Reclamar libertad de expresión y a la vez exigir al Estado que recorte la libertad de los ciudadanos para disponer de sus bienes y contratar con otros ciudadanos, reclamando más gasto público, más impuestos, más intervencionismo, más controles, más prohibiciones, más multas, etc.
(Artículo publicado en La Razón.)