Una de las consignas clásicas del peronismo en mi Argentina natal era: “¡Ni yankis ni marxistas, peronistas!”. En efecto, el peronismo, al igual que otras variantes del populismo y el fascismo, reivindicó la equidistancia entre liberales y socialistas, o entre capitalistas y anticapitalistas, a quienes identificó.
Pero liberalismo y socialismo son opuestos, porque el liberalismo defiende las instituciones de la libertad, en particular la propiedad privada y los contratos voluntarios, que el socialismo quebranta. El socialismo idolatra el progreso y la ciencia, mientras que el liberalismo subraya las limitaciones del saber, y desconfía de los planes racionalistas de cambiar la sociedad sin restricciones intelectuales ni morales. Así como el liberalismo en política procura limitar el poder, el liberalismo economía hace lo propio con el llamado poder económico, al someterlo a la competencia y el juicio de los ciudadanos. Cuando los antiliberales despotrican contra la “mercantilización”, ignoran que donde no hay mercados hay coacción sobre los más débiles.
Vuelvo a recordar el peronismo, por esta frase que pronunció el general Perón en el Congreso de Buenos Aires: “La economía nunca es libre: o la dirige el Estado o la dirigen los monopolios”.
Esto entronca con antiguas ideas antiliberales que advertían contra los terratenientes y capitalistas porque concentran la propiedad, despojando de ese derecho a la mayoría del pueblo. De ahí viene la tradición estatista del fascismo, que condena el liberalismo caricaturizándolo como un mundo sin reglas, donde dejar a la gente en paz significa dejarla aislada e inerme ante cualquier violencia. Se apoya en esta tradición la idea antiliberal de primar siempre el vínculo colectivo sobre el derecho individual, considerado egoísta. También decía Perón que, sin la coacción del Estado, el individuo caería presa de la “sinarquía internacional”. El intervencionismo, así, protege al individuo de conjuras variopintas.
Siendo equivocada, la identificación de liberalismo y socialismo tiene un argumento histórico en su favor. Es el racionalismo ilustrado de la Europa continental, que estalla en la Revolución Francesa, y tiene ecos en España y otros países, por la relativización del derecho de propiedad en el caso de la tierra —pensemos en Flórez Estrada, o Henry George. No es casualidad que un gran liberal como Hayek haya insistido en distinguir la Ilustración continental de la británica, y especialmente de la escocesa de Hume y Smith.