El triunfo de Bolsonaro ha sumido al pensamiento único en su habitual desconcierto ante pueblos que no hacen lo que ordenan el New York Times o El País. Resulta que esta gente fue y votó a un extremista, un «ultra»; habrá observado usted que este prefijo nunca se utiliza para el socialismo, igual que habrá observado que quienes se apartan del pensamiento único son siempre un peligro para la democracia. En el caso de Bolsonaro, los políticamente correctos han intentado aferrarse a su posible ministro de Economía, Paulo Guedes, que se doctoró en la Universidad de Chicago y es partidario de reformas liberalizadoras.
El cielo se llenó de amenazas, porque, evidentemente, al ser un liberal tenía que ser un autoritario, y al ser un «Chicago Boy» tenía que ser un enemigo de la democracia. ¿O acaso no fueron los de Chicago los malvados asesores de Pinochet que privatizaron las pensiones, como quiere hacer Guedes? La conclusión que se impone es que no hay liberalismo sin autoritarismo. Es un disparate colosal, empezando porque lo que parece contradictorio con la democracia es el socialismo, como lo prueba la siniestra historia del totalitarismo comunista. El socialismo es receloso de la libertad y la propiedad privada en todas sus versiones, desde las más vegetarianas hasta las más carnívoras. Los economistas de Chicago asesoraron a la dictadura de Pinochet, en efecto, y gracias a sus reformas el dictador dejó el país económicamente mucho mejor cuando se fue que cuando llegó. Además, ha habido voces liberales en todas las democracias, y también en diversas dictaduras, como la de Franco.
Pero los políticamente correctos prefieren olvidarlas: se centran en Pinochet y no se apean de la ecuación Chicago = liberalismo = autoritarismo. Un camelo. (Por cierto, la privatización de las pensiones en Chile la llevó a cabo José Piñera, que no estudió en Chicago sino en Harvard). Estos despropósitos conspirativos a veces se precipitan al delirio de sostener que una democracia jamás privatizaría las pensiones, cuando hay muchas que lo han hecho, o que el malvado Friedman (que aconsejó a gobiernos democráticos de todo el mundo) influyó también en la dictadura militar argentina, cuya política económica hizo lo contrario de lo aconsejado por el Nobel, al fijar el tipo de cambio con la «tablita» de Martínez de Hoz.