Los arrebatos de doña Cristina Fernández de Kirchner hicieron dudar en mi Argentina natal sobre el estado de su salud mental. Sin embargo, lo dañino de doña Cristina no es su posible enfermedad sino sus ideas sobre qué cosa es una enfermedad.
A propósito de las políticas de su sucesor, que nos visita esta semana, declaró: “el neoliberalismo desorganiza a la gente y le quita derechos. Es una enfermedad que contagia por varias vías. Son políticas criminales y genocidas porque llevan a la gente a carecer de remedios, acceso a tratamiento, trabajo y vivienda”.
En primer lugar, destaca la idea de la “organización”, que entronca con las doctrinas fascistas y socialistas. “La Comunidad Organizada” es el título de un texto fascistoide del general Perón de 1949. El creía, igual que sus sucesores hasta los Kirchner, en organizar a la gente desde arriba, por el poder, y no en las personas libres, que se organizan voluntariamente, si así lo desean. Eso nunca. Los antiliberales sólo valoran la organización de grupos si son reivindicativos, en el sentido de clamar por la intervención pública, por subsidios y demás incursiones contra el dinero ajeno.
Otra clave intervencionista pasa por los derechos. Tanto los fascistas como los (demás) socialistas comparten la idea antiliberal de que los derechos no son de los ciudadanos sino del Estado, y que el Estado los confiere generosamente, y los financia arrebatando recursos que son propiedad de sus súbditos, pero que estos están obligados a entregarle, dada la “función social de la propiedad”.
Sobre esa base brota la divinización de los partidarios y la demonización de los adversarios. De ahí la idea de que quien es menos intervencionista (porque Macri no es en absoluto un liberal radical), es necesariamente malvado, criminal y genocida. En el imaginario antiliberal, se trata de perversos que le quitan a la gente desde la casa hasta el empleo o la salud, bienes todos ellos que, naturalmente, la gente sólo puede obtener gracias a la decisión del poder político y legislativo.
Rizando el rizo sectario, comentó doña Cristina Fernández: “No creo que se hayan equivocado, y no creo que haya mala gestión del gobierno. El modelo neoliberal necesita una desocupación de dos dígitos y condiciones laborales malas para que la gente no reclame”. Esto entronca con la mitología marxista del “ejército industrial de reserva”, y choca abiertamente contra la realidad: no es el mercado libre el que propicia el desempleo, sino el intervencionismo, como bien sabemos en España.
En diciembre pasado se juntó la ex presidenta argentina con Dilma Rousseff, y ambas despotricaron contra esa enfermedad que es la libertad. Naturalmente, la ex presidenta brasileña aseguró que su destitución sólo fue obra de “los grandes medios, los sectores conservadores y los segmentos empresariales”, cuyo objetivo es, agárrese usted: “destruir a los líderes que enfrentan la corrupción”. Ni la señora Rousseff ni la señora de Kirchner reconocieron ninguna responsabilidad en la corrupción, que, como es sabido, ostentó en sus gobiernos respectivos una salud de hierro.