David del Cura entrevistó en “La Brújula” de Onda Cero a Eric Blanes, de la Asamblea Nacional Catalana. Cuando David le recordó que los catalanes votaron la Constitución Española de 1978, que ahora los nacionalistas abominan, don Eric, para quitarle valor a los preceptos de la Constitución, alegó que la mayoría de quienes la votaron están muertos.
Esta idea, demográficamente cuestionable, y reveladoramente compartida con entusiasmo por populistas y comunistas, es sobre todo nociva para los derechos y libertades. El nacionalismo, como todo el intervencionismo, es hijo de la peor Ilustración, la racionalista, utilitarista y positivista, conforme a la cual no hay derechos de las personas que sean previos o superiores a la codificación y la legislación. El padre del utilitarismo, Jeremy Bentham, decía que no hay derechos realmente humanos, porque todo el derecho es creado por la legislación.
La tradición liberal es contraria a esta tendencia, y subraya que los derechos y libertades son primordialmente personales, no colectivos, y son previos a la legislación, no sólo cronológicamente sino también funcionalmente, en el sentido de que son creados evolutivamente por las personas en sus interacciones libres, sus tratos y contratos. Para el liberalismo clásico, por tanto, las constituciones no son fundamentalmente instrumentos para que el poder cambie la sociedad sino para que no pueda violar los derechos de los individuos en la sociedad.
Por esa razón, las constituciones no pueden ser cambiadas a placer, y todas ellas interponen obstáculos y requisitos más o menos estrictos para su modificación. Cuando Bentham leyó que la Constitución de Cádiz de 1812 no podía ser reformada antes de que hubiesen pasado ocho años de su puesta en vigor, escribió indignado: “es un ejemplo memorable de hasta qué extremo la insuficiencia y la ineptitud pueden devanarse en el corazón humano”. Al contrario, y aunque Bentham fue muy liberal en muchos aspectos económicos, políticos y sociales, este aspecto del utilitarismo es peligroso para la libertad. Y no lo es porque ninguna ley pueda ser cambiada, ni porque cualquier ley sea buena por ser antigua, ni mala por ser moderna. Lo es porque puede vulnerar el principio liberal fundamental de la limitación del poder.
Y por eso el señor Blanes es peligroso para la libertad de los catalanes cuando afirma, como si fuera de puro sentido común, que una constitución votada por muertos no puede ser válida para los vivos. Como si los vivos tuvieran más garantía de que sus derechos no van a ser violados por los poderosos si el marco constitucional puede ser cambiado sin restricciones ni cautelas en cada generación.
Se me dirá que don Eric no elaboraba una teoría constitucional, sino que intentaba salir del paso del hecho incontrovertible de que tantos catalanes hubiesen probado ser constitucionalistas en un referéndum legal. Tras cuarenta años de intoxicación, hoy él quiere que voten, porque, ahora sí, votarán como manda la Patria, porque los constitucionalistas ya se han muerto. Esto es incluso más escalofriante que lo anterior.
Hay una versión peor, que aparece cuando se presenta la Constitución como un pacto con unas reglas de cambio. Hay separatistas que argumentan que ellos no firmaron el pacto y que por eso pueden romperlo si tienen poder para hacerlo. ¡Puro John Silver!
Muy cierto.