Uno de los aspectos más llamativos de la fiscalidad en nuestro país en tiempos recientes está siendo la rebelión contra el Impuesto de Sucesiones. Ahora bien, lo habitual es que los políticos que quieren mantener ese gravamen, o “armonizarlo”, es decir, subírselo a los afortunados que aún no lo pagan, sean de izquierdas en su mayoría. Podrían echar un vistazo a Estados Unidos.
En ese país hay un movimiento que apunta a reducir o a eliminar el Impuesto de Sucesiones, que también allí es recaudado en cada estado, y no a nivel federal o central. Pero, como recordó Daniel J. Mitchell, ese movimiento liberalizador no sólo se está extendiendo cada día más, sino que se está produciendo en estados cuyos gobiernos se adscriben más a la izquierda.
La forma en que lo están llevando a cabo es mediante el incremento de las deducciones y mínimos exentos. New Jersey, por ejemplo, que tenía un mínimo exento de 675.000 dólares, lo subió a 2 millones este año, pero su proyecto es eliminar el impuesto completamente, como ha sucedido ya con varios estados en los últimos años.
Dice Mitchell: “El impuesto de sucesiones no solo es un gravamen punitivo contra el capital, sino que también desanima a los inversores, empresarios, y otras personas de rentas elevadas de seguir generando ingresos una vez que acumulan un cierto nivel de ahorro”.
Esos políticos están olvidándose de la demagogia habitual, de que “pagan los ricos”, o la casta, o la trama, o la lucha de clases. Pero ¿por qué lo hacen? La explicación quizá estribe en que, al revés de lo que se nos dice repetidamente, la gente sí responde a los premios y los castigos. Por tanto, una rebaja en Sucesiones, lo que llaman los norteamericanos el “death tax”, puede atraer contribuyentes y evitar que emigren. Este fenómeno de la emigración lo hemos visto en nuestro país desde las autonomías que castigan con más crueldad a los ciudadanos cuando mueren: Andalucía, Aragón, Asturias, el País Vasco, y otras. Allí se han celebrado esas manifestaciones contra el Impuesto de Sucesiones, que han atraído a miles de ciudadanos. Este impuesto es injusto, porque todo lo que se lega ha pagado impuestos con anterioridad. Y además, como sucede con otros gravámenes, está animado por el sentimiento más ruin, el pecado más innoble: la envidia.
Concluye Mitchell: “me preocupan las políticas fiscales que penalizan aquellas conductas que producen ingresos, empleos y oportunidades para gente de ingresos bajos y medios, conductas como el trabajo, el ahorro, la inversión y la vocación empresarial. Si esto significa que se harán reformas que permitan a las personas de más ingresos conservar algo más de lo que es suyo, me parece muy bien, porque no soy envidioso”.