La Ilustración padece interpretaciones edulcoradas desde su origen, con lo que conviene estudiarla bien y subrayar también sus peores facetas, empezando por la Revolución Francesa y sus miles de muertos en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y terminando por el socialismo, esa criatura monstruosa de las luces que, no por casualidad, se declaró siempre heredero de los guillotinadores. Incluso después de compuesta La Internacional, los comunistas terminaban sus actos cantando La Marsellesa. También tuvo la Ilustración herederos vegetarianos: el pensamiento único que con fatal arrogancia racionalista confía en las coacciones del ogro filantrópico democrático.
Resulta en tal sentido muy interesante el libro que han editado María José Villaverde Rico, catedrática de Ciencia Política de la Complutense, y Gerardo López Sastre, profesor de Filosofía de la Universidad de Castilla-La Mancha, Civilizados y salvajes. La mirada de los ilustrados sobre el mundo no europeo, y que publica el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Se subraya, por ejemplo, la paradoja de tantos y tan destacados ilustrados que justificaron la esclavitud sobre pueblos supuestamente inferiores y aportaron diversos puntos de vista para apoyar la discriminación. Estamos hablando de autores que en numerosos otros aspectos defendían incuestionablemente la libertad, como John Locke, del que se ocupa Francisco Castilla Urbano; A.R. JacquesTurgot, cuya figura analiza Paloma de la Nuez; Tocqueville, que aborda María Luisa Sánchez-Mejía; y por supuesto Thomas Jefferson y su actitud ante el sistema esclavista en América del Norte, objeto de un ensayo de Jaime de Salas Ortueta.
También destaca un discípulo de Montesquieu, Nicolas Démeunier, a quien estudia Rolando Minuti, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Florencia. Démeunier se aparta de Rousseau y del mito del buen salvaje, indagando en las características más brutales de esos pueblos supuestamente idílicos.
Tienen un especial interés los pocos que sí defendieron la igualdad y la libertad sin discriminaciones, que fueron radicales y en general no muy conocidos, como William Robertson, figura de la Ilustración escocesa que reivindica con justicia Gerardo López Sastre. Robertson estudia la India, país al que los ilustrados prestaban relativamente poca atención en Oriente, fascinados como estaban con China y sus déspotas platónicos. La tesis de Robertson, refutando avant la lettre el exotismo que aplaudirían los románticos, era que la India no era tan distinta de la Europa ilustrada, ni más atrasada en su cultura y sus instituciones, con lo que constituía una comunidad “cuyo bienestar no necesitaba del dominio político de Occidente”.
Dejo para el final mi ensayo favorito, el de John Christian Laursen, profesor de Ciencia Política en la Universidad de California, Riverside, sobre “Encuentros pacíficos: los civilizados, los salvajes y el olvido político como medio de acomodo mutuo”. En nuestros días, envueltos como estamos en tanto sectarismo con la “memoria” empleada como arma divisora, reconforta saber de los muchos ejemplos de convivencia que en la conquista de América dieron tanto los españoles como los indígenas.
(Artículo publicado en La Razón.)