La tesis central del famoso libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica) es que aumenta la desigualdad tan peligrosamente que el Estado debe remediarlo, lógicamente, con más impuestos. Asimismo, el economista francés se afana en intentar demostrar que los ricos no se merecen lo que tienen. De ahí el entusiasmo ilimitado que le brinda Paul Krugman, que ha escrito: “Lo realmente nuevo de El capital en el siglo XX es el modo en que demuele el mito más caro a los conservadores, la insistencia en que vivimos en una meritocracia en que las grandes riquezas se ganan y se merecen”.
Repitiendo un viejo dogma antiliberal, estos progresistas odian la herencia. Si usted, señora, ha trabajado mucho, entre otras razones, para dejarles unos bienes a sus hijos, estos enemigos de la libertad se los pretenderán quitar, alegando que sus hijos no se merecen la herencia que usted quiere dejarles. Ningún argumento serio avala esta fantasía, y lo que está claro, en cambio, es la repugnancia que sienten hacia usted, señora, hacia su propiedad y su derecho a legarla a sus seres queridos.
Recordémoslo cuando oigamos los cantos de sirena y las prédicas solemnes contra la desigualdad, insidiosamente identificada con la injusticia, y cuando nos convoquen a “luchar” contra la desigualdad unos caraduras que en realidad la aman: no hay más que ver lo partidarios que son de que el poder sea cada vez más desigual con respecto a sus súbditos.
(Artículo publicado en La Razón.)