La habitual idolatría de lo público que cultiva el progresismo no solo es chocante, porque ignora que el fascismo lo cultiva con idéntico ardor, sino por la negación que perpetra de la realidad misma.
De cuando en cuando, sin embargo, algunos van descubriendo que la filantropía del ogro de Octavio Paz es apenas un adjetivo. Lo sustantivo del Estado es que es, efectivamente, un ogro.