La retórica bélica se ha mantenido en la primera línea de la política durante el último medio siglo, aunque los Estados no hayan arrojado a sus súbditos a matanzas como las que organizaron en el medio siglo anterior. La expresión “lucha contra la pobreza” parece monopolio de la izquierda, pero está lejos de serlo. Hace poco se cumplieron 50 años de un sonoro mensaje del presidente Lyndon B. Johnson: “Esta Administración, hoy, aquí y ahora, declara la guerra incondicional contra la pobreza en Estados Unidos”. Como recordó Robert Rector, de la Heritage Foundation, en el Wall Street Journal, las cosas realmente no están claras en dicha Guerra: no es evidente que la obvia mejoría en las condiciones de vida de los más desfavorecidos no se habría producido de todas maneras y sin el gran salto en los impuestos y el gasto social que inauguró Johnson.
Libertas vs. coacción
Las causas de la pobreza no han sido atacadas, y han aparecido nuevas circunstancias que la promueven, como la proliferación de familias monoparentales (para algunas personas las prestaciones son sustitutos de cónyuges…), más dependientes que las demás de los subsidios, y que padecen mayores riesgos de pobreza que las familias con padre y madre. Lyndon Johnson proclamó que el objetivo de su plan era: “que los ciudadanos desarrollen sus propias capacidades”. No parece que la libertad las pueda desarrollar menos y peor que la coacción del Estado de bienestar.
(Artículo publicado en La Razón.)