La izquierda, de capa caída desde la ídem del Muro, sigue cultivando con fruición un jardín de fantasías.
La primera es, precisamente, el comunismo, al que los comunistas no consideran comunista. Mal comienzo, puesto que el comunismo fue eso, y llenó el planeta de cadáveres precisamente por eso. La izquierda perpetra varias piruetas para neutralizar esa brutal realidad. Por ejemplo, alega que el socialismo real no fue un paraíso, pero fue bueno porque contuvo al capitalismo occidental, socializándolo y democratizándolo.
El progresismo prosigue el dislate alegando que en 1989 el mundo no vivió una fiesta de la libertad sino el prólogo a un desastre: la malvada globalización neoliberal, que arrasa con los pobres, con las mujeres y con el planeta, y termina arrebatándonos la democracia y arrojándonos en brazos de la ultraderecha. Como si el socialismo cuidara de los pobres, de las mujeres, y del medio ambiente. Como si no hubiera en el mundo más democracia que nunca. Y como si el peligro que nos amenazara fuera Vox y no Podemos. Por cierto, los de Podemos hablan todo el rato del peligro fascista salvo cuando votan codo con codo con los fascistas en el Parlamento Europeo contra el libre comercio.
Y así, mientras la izquierda se hunde en un escenario brumoso cuya conexión con la realidad es endeble, deja de percibir una doble realidad. Por un lado, el mundo es mucho mejor que lo que ella pretende. Y, por otro lado, sus recetas una y otra vez demuestran que son un fracaso, sean las más genocidas del comunismo más sanguinario, o las renovadas y pretendidamente vegetarianas del populismo —el último acto de la farsa se está celebrando en Venezuela, que hasta hace nada era, junto a los sinvergüenzas kirchneristas de mi Argentina natal, el modelo podemita.
Al final, hay que recoger los destrozos, y la izquierda se abrazará a cualquier bandera que le sirva, aunque haya que sobrevivir con la contradicción de defender un socialismo capitalista, un modelo nórdico sin mercado libre, un ecologismo sin naturaleza, un feminismo sin mujeres y a un papa Francisco sin religión. Todo ello siguiendo la vieja táctica progresista del miedo. Émulos de Abraracúrcix, nos aseguran que si somos libres y seguimos dando la espalda a las fantasías progres, el cielo acabará cayendo sobre nuestras cabezas. Mañana.