Con infatigable certeza, todo el mundo considera que el objetivo inflacionario del Banco Central Europeo, el 2 %, es una idea buena, incuestionable y avalada científicamente.
Pero esto es dudoso. Sospecho que los banqueros centrales han escogido esa cifra, u otras parecidas en otras latitudes del planeta, fundamentalmente porque parece moderada, en un contexto de contención de la inflación en casi todo el mundo. Más aún, dada esa contención, la cifra a veces supera la inflación real medida por el IPC, lo que coloca a las autoridades monetarias en el papel que más les gusta: el de valiente héroes que van a luchar por conseguir que los precios aumenten. Nótese que la historia de los banqueros centrales circula en la dirección alcista: no han hecho más que promover la inflación y la depreciación de las monedas de cuyo valor se responsabilizan, incluyendo las más importantes y supuestamente estables, como el dólar norteamericano.
Hablando de Estados Unidos, Robert F. Stauffer analizó hace un tiempo en el Wall Street Journal el caso de su país, remarcando la habitual confusión de identificar la inflación con el IPC. Observó que los precios de los bienes de consumo durables (como muebles, automóviles, electrónica, etc.) habían bajado entre 2000 y 2015 una media de un 1,88 % anual. Estos bienes representan un 10, 8 % del gasto en consumo en EE UU, y son la tercera parte de todos los bienes. En bastantes casos se trata de productos comercializables o tradeables, es decir, expuestos a la competencia internacional, lo cual, sumado al impacto de la tecnología, potencia el efecto de freno de la subida de precios. Obviamente, y a pesar de los cánticos demonizadores de la deflación, es un fenómeno que claramente ha beneficiado a los consumidores.
La expansión monetaria afecta menos a esos precios, como se ve, aunque es verdad que puede depreciar la divisa y subir por tanto el precio de los bienes importados. Y también cabría añadir que sin dicha expansión los precios de los tradeables habrían bajado todavía más.
En cambio, los servicios se han encarecido sin cesar. Apunta Stauffer que en EE UU su subida anual media de 2000 a 2015 fue del 2,61 %, mientras que el IPC subió un 0,54 % anual. Desde 2008 aumentaron un 1,92 %, frente a solo el 0,06 % para el conjunto; y desde 2011 subieron un 2,23 % anual, frente a un descenso del IPC del 0,63 % anual.
En suma, ni la deflación es mala en cualquier caso ni una inflación del 2 % es objetivamente deseable, porque nadie puede determinar dicha deseabilidad y porque el IPC oculta amplias diferencias entre sus componentes. Eso por no hablar de otros precios muy relevantes que pueden subir o bajar acusadamente mientras los banqueros centrales se felicitan por haber estabilizado el IPC: los precios de los activos.
(Artículo publicado en La Razón.)
Muy bien pensado profesor.
La inflación o deflación puede estar plenamente justificada y ser un simple reflejo de cambios en preferencias de consumo, rentas, productividad, costes… y no tiene nada de malo. El estado no debe intervenir puesto que en este caso la inflación seria un resultado libre, formado igual que cualquier otro precio.
Caso a parte seria la inflación por expansión monetaria, que es lo que de hecho hacen al querer corregir deflación. Aunque siempre encontrarán excusa para esto.
¿Le he cogido la idea?
En efecto.