Hace treinta años, cuando Rosa Conde era Ministra Portavoz de Felipe González, siempre decía: “el Gobierno está haciendo un gran esfuerzo”. Yo me imaginaba a González y todos sus ministros esforzándose, y la imagen resultaba entretenida.
Después, prácticamente todos los gobiernos han presumido de esforzarse, en particular el de Rajoy: él y sus ministros utilizaron a menudo esta consigna, y repitieron, asimismo, que la sociedad española vería recompensados sus “sacrificios” con la recuperación de la economía.
El problema con estas ideas de los esfuerzos y los sacrificios es parecido a otra bandera clásica, la “lucha”, y estriba en que los protagonistas están confundidos, y nunca queda claro quién y de qué manera está realmente esforzándose, sacrificándose y luchando.
La política no comporta el esfuerzo de las autoridades, porque ellas muy rara vez, o nunca, dedican esos esfuerzos a contener su propio poder, dejando a los ciudadanos en paz. Al contrario, sus esfuerzos por regla general se orientan a recortar los derechos y libertades de una parte, a veces muy numerosa, de sus súbditos. Entonces, que el Gobierno se “esfuerce” en subir los impuestos es un mérito que debe contraponerse al demérito que comporta el quebrantamiento de los derechos de los ciudadanos.
Lo mismo sucede con la idea de lucha. En efecto, “luchar contra la pobreza” no es éticamente impecable si se hace extrayendo a la fuerza el dinero de los contribuyentes. No reconocerlo sería equiparar a la Madre Teresa con la Agencia Tributaria.
Volvamos al último gobierno de la derecha, y a su idea de los sacrificios hechos por el pueblo español. No se puede discutir el hecho de que los españoles atravesaron en los años de Montoro muchos contratiempos y tribulaciones, pero no fueron debidos a una catástrofe natural. El Gobierno de Mariano Rajoy, como todos los gobiernos del planeta, impuso esos sacrificios al pueblo español, que no tuvo la opción de rechazarlos. Esta es la clave. No se puede valorar el sacrificio impuesto como si fuera igual que el sacrificio libre.
Los políticos del Partido Popular, muchos de los cuales son católicos, habrán escuchado muchísimas veces al sacerdote durante la Consagración, hablando de nuestro Señor Jesucristo “cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada”. Nadie puede argumentar que lo de “voluntariamente” está puesto ahí por casualidad o capricho.