Beatriz Becerra Basterrechea es una política valiosa, como lo prueba la inquina que le profesa la tiranía venezolana. Pero no solo defiende las libertades civiles y políticas, sino también las económicas. En su libro Eres liberal y no lo sabes (Deusto) aplaude la globalización y la energía nuclear, propone una “mínima intervención del Estado”, y no se traga lo de su supuesto “desmantelamiento” y demás jeremiadas antiliberales.
Manifiesta, sin embargo, una debilidad, aunque ampliamente compartida: la venerable y cálida ficción de creer que uno tiene un argumento cuando lo que hace es afirmar a la vez una cosa y la contraria.
Se opone a la “intervención excesiva del Estado” pero defiende esa misma intervención, en precios, salarios y mercados, para lograr la “igualdad de oportunidades [que es] la verdadera libertad”. Así, el Estado debe intervenir en las empresas y obligar a las empresarias a colocar un porcentaje de mujeres en sus consejos, bajo pena de multa. Recomienda subirnos a todos los impuestos para pagar las pensiones, considera una opción la renta básica, y concluye: “los liberales debemos comprometernos con el Estado del Bienestar”. Piensa que se ha “envilecido la idea de libertad limitándola a la fiscalidad y al consumo. Para un cierto liberalismo, la libertad se limita a pagar menos impuestos para hacer lo que queramos con nuestro dinero”. Y esto no puede ser, claro, las mujeres no pueden ser libres para disponer de lo que es suyo.
Dirá usted: ¿y cómo se pueden defender tantos recortes de derechos y libertades en nombre del liberalismo? Pues muy fácil: haciéndolo. Y doña Beatriz Becerra lo hace con destreza, diciendo que su posición es el verdadero liberalismo, y calificando a todos los que osen criticar este escamoteo de la libertad de radicales y utópicos libertarios.
En suma, buena parte de lo que dice la señora Becerra lo podrían defender los políticos intervencionistas de derechas e izquierdas, y esto se debe que el Estado (“the Thing itself”, que decía Burke) no es cuestionado en este libro. Más bien, al contrario. La autora presenta una teoría contradictoria cuyo hilo argumental no es desentrañable, y que no plantea en puridad ningún límite al poder político. Si lo que quiere doña Beatriz es llamar a esa criatura “liberalismo”, pues bendito sea Dios.