Suele hablarse de Enron como de un ejemplo de economía de mercado. Robert Bradley, que trabajó en la compañía, asegura que la verdad es justo la contraria (“Political Enron: its Behavior and Spirit”, Library of Economics and Liberty, 2014, http://goo.gl/nYa6tn). No fue la desregulación lo que animó a Enron, sino al revés. Todo el planteamiento de la empresa giraba en torno al poder: “El enfoque de Enron era político: lanzar un gran programa, montar una ceremonia cortando lazos y todo, y después a recoger los beneficios (votos para los políticos o bonus para los ejecutivos de Enron)”.
Dejando aparte que la intervención en los mercados era una clave del negocio, cosa que inevitablemente sucede en muchas empresas, dado el enorme intervencionismo prevaleciente en todos los países, un aspecto importante de Enron es el espíritu de los altos directivos de la empresa, que no pasaba por respetar la ley sino más bien por lo contrario: se animaban entre sí y animaban a la gente a quebrantar las normas. Así, la podríamos comparar con El lobo de Wall Street, otra historia también asimilada al mercado y al capitalismo, cuando en realidad se basaba en la estafa y el engaño sistemático a los clientes.
Dice Robert Bradley, con razón, que eso no es la “destrucción creativa” de Schumpeter, es decir, el proceso de competencia en el mercado, que premia al eficiente y castiga al ineficiente. Más bien podríamos denominarlo un juego de suma negativa, o “destrucción destructiva”, valga la redundancia.
(Artículo publicado en La Razón.)
Estuvieron buscando huecos en la superreglamentación como locos para hacer herejías. Engañando y corrompiendo a todo alrededor. Una superreglamentación que «regulaba» el mercado.