Los temas que siempre me fascinaron del gran José Luis Alvite son las mujeres y el Savoy, claro, pero sobre todo su suerte de respetuoso anarquismo, que viene a ser como el liberalismo pero sin bromas ni aspavientos. Sólo un liberal en serio es capaz de recibir la noticia de que padece dos cánceres y escribir como Alvite a Carlos Herrera en su carta de despedida: “Es una de esas veces en que la peor noticia no me la ha dado Hacienda”.
El Savoy me gusta también porque, como le sucede a la sociedad, tiene a menudo la apariencia de anomia, pero eso es sólo porque no estamos prestando atención. En nuestra fatal arrogancia, concebimos la sociedad como algo fácilmente comprensible y manejable. De ahí que aceptemos e incluso reclamemos que, en aras de objetivos plausibles de carácter colectivo, el poder recorte los derechos y libertades de los ciudadanos, por su bien.
Esa es la historia de la política contemporánea, que ha llegado a increíbles cotas de intrusión en la vida de las personas, es decir, exactamente lo contrario de lo que pasa en el Savoy de Alvite, pero no porque allí no haya reglas, sino porque las van reconociendo y estableciendo, como debe ser, las personas en sus tratos y contratos (más o menos) voluntarios. Por eso me gusta –bueno, y también porque José Luis era gallego, parte de mis antepasados también lo son, y el segundo Hotel Savoy, después del de Londres, se abrió en mi Buenos Aires querido, ciudad española y gallega donde las haya.
Y, por fin, las mujeres, o sea, el principio. Si los personajes de Alvite tienen algo de triste y misterioso que los torna clamorosamente humanos, su mirada hacia las mujeres lo subraya aún más, y creo que las entendía bien porque, al revés que muchos hombres, procuraba hacerlo con la modestia del que sabe que nunca las entenderá, ni a ellas ni a nada, del todo.
Lo encontré hace un par de años en su Santiago de Compostela, adonde habíamos ido parte del equipo a hacer el programa de Herrera. Me presentó a una mujer encantadora, y me advirtió: “Carlos, no me quites a mi novia”. Le dije la verdad: “No voy a poder: eres demasiado atractivo”.
(Artículo publicado en La Razón.)