El Gobierno y sus medios afines se preparan para neutralizar la protesta ante los efectos nocivos que sus propias políticas tendrán sobre el empleo. Con la subida del salario mínimo, Warren Sánchez y sus secuaces se presentaron como moderados, porque no llegaron hasta los 1.000 euros que pedían los sindicatos y la ultraizquierda —aunque, para no pelearse del todo con ellos, dejaron caer eso de que “la puerta está abierta para futuros aumentos”.
La idea es que cuando aumente el paro, que aumenta, el Gobierno siempre podrá aducir que no es culpa suya, porque él no se excedió en la subida del SMI. Como siempre, será mentira, porque dicha subida ya está teniendo efectos negativos sobre el empleo, como reconocen diversas instituciones, e incluso el socialista Octavio Granado.
El otro frente de excusas, además de la supuesta moderación de Warren & Cía., será trasladar la culpa lo más lejos posible del Palacio de la Moncloa. El mundo exterior es un candidato habitual. Y otro son las empresas. Desde los sindicatos y la prensa gubernamental se están propagando varias mercancías averiadas en este sentido.
La más pueril, pero la que más apela al sentido común, es el keynesianismo cañí, que afirma que no hay más problema que la demanda. Si aumenta el paro, por tanto, es porque el Gobierno no está gastando lo suficiente, o porque las empresas se niegan a aumentar los salarios, lo que podría sacarnos del pozo vía un mayor consumo. Este argumento pueril ignora que la demanda no garantiza el crecimiento, como se vio en 2007, cuando una intensa demanda no impidió la aguda recesión que entonces sobrevino.
Otro argumento culpabilizador, que tiene la ventaja de darle de paso un palo al PP, es alegar que la reforma laboral fue malísima; es el truco de los “aspectos lesivos” y la “precariedad”, que asocian la libertad con lo lesivo, como si éste no fuera asociado al intervencionismo en el mercado laboral, ese vestigio franquista que los progresistas anhelan recuperar mientras presumen de ser enemigos de la precariedad, que es criatura suya. Y no hay manera de demostrar que la mayor flexibilidad en el mercado es mala para el empleo y los salarios.
También demonizan los políticamente correctos a los empresarios por no ser productivos. Vaya, por Dios. Y pontifican sobre la atomización del tejido de las pymes, sin decir ni una palabra de que si aquí no hay más empresas grandes y productivas es por la intervención política y legislativa, que carga a las empresas en proceso de crecimiento con innumerables trabas y costes que encarecen y dificultan ese proceso. Pero los supuestos progresistas solo hablan de impuestos para recomendar que se castigue fiscalmente a las empresas todavía más, mientras derraman lágrimas de cocodrilo sobre el destino esquivo de los trabajadores, todo por culpa de los malvados empresarios improductivos.