Así como el Ricardo III de Shakespeare estaba dispuesto a entregar nada menos que todo su reino por un caballo, hay muchos que piden con análoga desesperación un sistema eléctrico, como si no lo hubiéramos tenido durante décadas, y temo que lo seguiremos teniendo. Ese sistema es en realidad un sistema sin sistema, como es típico del intervencionismo, y partió de tres bases: errada la una, peligrosa la otra y delirante la tercera.
La primera base, aquí y en todo el mundo, brotó de la teoría económica convencional, que asegura que los fallos del mercado y las peculiaridades de las actividades en red impiden que la energía pueda ser suministrada en un mercado libre. Si aprieta usted el botón “ON” de cualquier economista, brotarán chorros de justificaciones del intervencionismo: monopolios, externalidades, bienes públicos, etc.
La segunda base es que se puede utilizar el recibo de la luz para hacer muchas cosas buenas sin costes apreciables para el público, desde proteger el carbón hasta subvencionar toda suerte de fuentes de energía que satisfagan los apetitos de los gobiernos y los grupos de presión que a su socaire medran.
Cambiar de intervencionismo
La tercera es que si todo este intervencionismo político se va al garete, la solución es cambiar un intervencionismo por otro.
Pues el resultado tras la creciente regulación de las últimas décadas es lo que tenemos: la tarifa más alta de Europa, una deuda gigantesca, y el descontento tanto de los demandantes como de todos los oferentes en este falso “mercado”. Precisamente la intervención es lo que provoca tan paradójico desenlace, inconcebible en un mercado real.
Ese mercado falso, sin seguridad jurídica, ese sistema sin sistema, producto de la intervención política y legislativa, se mantendrá. Veremos un apaño para que los políticos no resulten demasiado dañados con lo que probablemente suceda: el reparto de costes, no entre personas, porque todo lo pagaremos los ciudadanos, sino entre categorías de personas, en parte como consumidores y en parte como contribuyentes. La tremenda cifra de los dos dígitos servirá para la maniobra, porque si la luz iba a subir un 11 % y, digamos, sube “sólo” un 4 %, habrá que estar agradecidos. ¿No?
(Artículo publicado en La Razón.)
Aprovechando que cita al Ricardo III y que es el día de los inocentes le cuento una anécdota:
Estaba un actor recitando el pasaje cuando desde el paraíso alguien le espetó:
–¿Y no le es igual un burro?
Y rápido de reflejos, como cualquiera que nos manda, dijo el actor:
–Puede bajar enseguida y entrar por la puesta de actores.
Un burro semejante era el que creía que la fotovoltáica era inocua porque ignoraba lo que era un mix de producción y que, como la tarifa final de facturación al consumidor era única, no afectaba al costo total. Según su esdrujulez una tortilla de patatas debía de costar lo mismo que una de gambas. No me puedo olvidar de ese disparate y de los asesores que debía tener.
Aparte de las causas implícitas en su clasificación. Entre ellas la moratoria y Lemóniz.