Como en las siete y media, ante una epidemia los gobiernos suelen pasarse o quedarse cortos, y procuran después hacer frente o eludir las críticas que se les lanzan por ser exagerados o pusilánimes. Esto no es reprochable, y es de justicia reconocer que el equilibrio entre la complacencia y el alarmismo es cualquier cosa menos sencillo. Pero una cosa es el error, al que todos estamos expuestos, y otra cosa es la mentira. Por desgracia, cabe sospechar que estamos gobernados por mentirosos.