El terrorismo islamista seguirá apuntando a España después de sus crímenes en Barcelona. Estaremos quizá aún más presentes en su agenda a medida que vaya perdiendo terreno en bastiones como Siria.
Como el terrorismo, por definición, es un ataque por sorpresa, cuando se produce, existe la tentación de atribuir toda la responsabilidad a un fallo de información. En el caso de Barcelona, sin embargo, lo destacable no han sido solamente los fallos en el funcionamiento de la seguridad, que por supuesto existieron, sino la increíble politización de la seguridad de las personas, que incluye los prejuicios a la hora de instalar medidas de protección hasta los celos entre las diversas ramas de los cuerpos de seguridad, pasando por la vileza de las autoridades nacionalistas, insultando al Rey y marginando a la Policía Nacional y a la Guardia Civil de sus pretendidos homenajes. Así como al terror hay que llamarlo por su nombre, a los que luchan contra él hay que homenajearlos sin sectarismos.
Al mismo tiempo que reconocemos la labor realizada por las fuerzas y cuerpos de seguridad, hay que advertir los errores de las autoridades y también de los ciudadanos. En ese sentido, en el Wall Street Journal, Haras Rafiq y Muna Adil aconsejaron esta semana “enfrentar la miope corrección política que, en aras de la protección de las minorías, tolera las visiones contrarias a todo lo que defiende el mundo liberal de Occidente. El mundo occidental debe comprender que comete una grave injusticia contra la mayoría de los musulmanes cuando deja de señalar, reprochar y desafiar la ideología islamista, y rehúsa aislar a los extremistas”.
Esa labor es más importante que la de la integración, porque resulta imposible integrar a quien no desea integrarse. Millones de inmigrantes han sido capaces de integrarse por su cuenta en comunidades cultural y religiosamente diferentes. Y si algunos pocos no quieren integrarse, pero tampoco atacarnos (digamos, como los amish en la película Único testigo), no hay problema. El problema está en quien rechaza la integración y anhela exterminarnos. Ahí lo fundamental es la detección.
En ese sentido, resultó lamentable el mensaje de Raquel, la educadora social de Ripoll, que había tratado con los asesinos y, consternada, escribió un texto que se hizo viral, en donde casi les rinde homenaje: “Erais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante … y mil sueños por cumplir. […] Ya no podré volver a decir «qué guapos estáis», o «¿ya tienes novia?». O «madre mía, cómo has crecido». No podré ver a vuestros hijos, como veo los de los demás. No os podré abrazar… Me duele tanto. No me lo puedo terminar de creer”. Como escribió José María Albert en Libertad Digital, por esta vía, en vez de llamar al terror por su nombre, los terroristas pueden acabar casi convertidos en víctimas.
Totalmente de acuerdo en lo de carta de la «educadora social» que, visto lo visto, fracasó estrepitosamente en su labor de educadora.
Salvo un parrafo final dedicado a decir que matar por sua ideas religiosas esta mal y otra obviedad que no recuerdo; era todo lamento por el comportamiento de esos pobres chicos deacarriados… Como sucedia con los terroristas de eta y muchos nacionalistas. Pobrecitos terroristas que ya no podran casarse ni votar …
Hombre lo del Wall Street Journal es asombroso, decir que los occidentales cometemos una grave injusticia contra los islámicos, me parece de auténticos cretinos. La injusticia se está cometiendo contra nosotros mismos por unos políticos idiotas europeos. La realidad: Echarlos a todos los que no se adapten y respeten nuestras costumbres y forma de vida. todo lo demás son chorradas de mora buenista y estúpida.