En la última década el sector de la construcción ha sido el paradigma del vilipendio, el compendio de la codicia, la especulación y la corrupción. Y, naturalmente, la degradación del medio ambiente.
En realidad, la actividad es tan honorable como cualquier otra, y sólo resulta que se ve afectada, aún más que la media, por el tiempo, la financiación y la política.
El tiempo influye sobre la construcción en general, y las viviendas en particular, porque no hay manera de construir en un santiamén, y cuando se empieza a construir no solo se tarda mucho sino que es difícil dejar de hacerlo y aprovechar los recursos para hacer otra cosa. Es decir, el sector registra el problema de “convertibilidad del capital” del que hablaban los economistas austriacos hace un siglo.
Por eso, si separamos el PIB de la construcción del PIB general de un país, vemos que el primero tiende a crecer más que el segundo en las fases expansivas del ciclo, y a decrecer más en las fases depresivas. Lo hemos visto nuevamente en el último cuarto de siglo en nuestro país, con el espectacular desarrollo inmobiliario registrado entre 1994 y 2007, y la profunda depresión padecida por el sector a partir de entonces, y hasta 2013.
Precisamente por su peculiaridad temporal, la construcción depende mucho de la financiación, con lo que la política monetaria le afecta sobremanera. Lo comprobamos dramáticamente cuando estalló la última crisis y de pronto, sin que al parecer nadie lo hubiese previsto, nos encontramos con que había un millón de pisos sin vender. Esto afectó, sin duda, al conjunto de la economía, pero especialmente al famoso “ladrillo”: jamás habría habido un millón de pisos sin vender si no hubiese habido un chorro aparentemente inagotable de crédito a precios artificialmente baratos.
Y por fin, la política, que fomentó la propiedad de la vivienda, con deducciones, subvenciones, y con hostilidad hacia otras formas de ahorro. También está la política de por medio merced a las regulaciones y prohibiciones, que son siempre el caldo de cultivo para la corrupción.
Convendrá recordarlo ahora, porque empezarán a arreciar las noticias sobre el auge de la actividad, que, no olvidemos, lleva varios años creciendo. En ese repunte se combinan no solo la recuperación de la actividad sino, otra vez, como siempre, la manipulación política del crédito, otra vez artificialmente abaratado.
Es cierto que la reactivación del sector inmobiliario no nos sitúa al mismo nivel del final de la burbuja de la década pasada (gracias a Dios, habría que añadir), debido a la gran caída ya mencionada. Sin embargo, la precaución es de rigor, y más en el famoso ladrillo.
Según Crédito y Caución, las quiebras repentinas de importantes constructoras en Europa ponen de relieve “el elevado nivel de riesgo de crédito para las empresas de la industria de la construcción, donde miles de pequeñas empresas suelen estar al final de la cadena de cobros”.