Los bancos centrales son criaturas de los Estados, y sus dirigentes son tan políticos como los demás políticos. Mario Draghi también. Esa realidad, más la habitual divinización de dichas instituciones, se hicieron presentes a raíz de las medidas anunciadas el jueves.
Hubo un gran entusiasmo porque esto era un bombazo. Nada de eso. El BCE había dado un giro en junio, sin resultado, y ahora da otro; se auguró antes que se abriría el grifo del crédito, y ahora también. Pero la rebaja de tipos del 0,15 al 0,05 % es testimonial, como apuntó Expansión. La compra de cédulas hipotecarias ya se había hecho antes, con alivio para la banca. La compra de bonos aproxima al BCE a la Fed, con la habitual reticencia germana, pero la flexibilización cuantitativa de por sí no garantiza el crecimiento –que se lo pregunten a los japoneses.
El propio Draghi es consciente del fracaso, y por eso hace dos cosas típicas de los políticos. Una es aclarar que la economía europea se ha frenado, es decir, aclara lo que todo el mundo sabe. Y la otra es decir que él ya casi no puede hacer más, y que le toca el turno a otros: las reformas estructurales que los gobernantes no hacen si pueden acceder fácilmente al crédito del BCE. Lo hacen tan poco que nuestras autoridades están entre las más reformistas de Europa.
No es probable que las medidas de Draghi tengan un efecto apreciable sobre la economía real, en cuyo caso siempre podrá Draghi echarle la culpa a lo que no hicieron los gobiernos; y si la economía se recupera, se apuntará el tanto, como harán los gobiernos, asimismo sin justificación.
La expansión crediticia beneficia sin duda a los bancos, y el mayor castigo a sus depósitos en el BCE estimulará sus compras de deuda pública. Por eso dijo Juan Ramón Rallo en el programa de Carlos Herrera en Onda Cero que los principales beneficiarios de Draghi son los bancos y los gobiernos.
¿Y el “flujo del crédito”? Primero, es pueril pensar que resuelve mágicamente los problemas: como si no hubiera fluido torrencialmente antes de la crisis. Y segundo, el crédito, como el tango, es un asunto de dos, y no basta sólo con aumentar la oferta, es necesario que haya demanda, y para que haya demanda tiene que haber un entorno favorable al crecimiento, para que aparezcan nuevas oportunidades de negocio que puedan acometerse sin dedicar todo el ahorro al necesario desapalancamiento de economías tan endeudadas como la española.
Y todo ello necesita rebajas de impuestos, rebajas de gasto público y menos costes y trabas burocráticas para los empresarios. En caso contrario el crecimiento puede repuntar menos y demorarse más, con lo que la acción del BCE se traduciría sobre todo en el inflado de una nueva burbuja. A eso se refería el Wall Street Journal ayer: las alquimias monetarias no puede sustituir las reformas estructurales, casi siempre más cacareadas que aplicadas.
(Artículo publicado en La Razón.)