Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, cumplió el viernes. Primero, años, 68, felicidades. Y segundo, cumplió con lo que todos esperaban: mantuvo los tipos y dijo algo parecido a su famosa frase de 2012: “créanme, será suficiente”. Va a seguir con la expansión monetaria, para la cual, aseguró ayer, “no hay límites”, con lo cual se comprometió a extender sus adquisiciones de deuda después de septiembre del año próximo, eso sí, “si fuera necesario”.
Como cualquier otro político, “superMario” vino a decir: si pasa algo malo, es por culpa de otro, porque yo más no puedo hacer. Y así lo parece, con esa declaración y con el mantenimiento de los tipos en el 0,05 %, donde llevan desde hace un año. La economía no mejora tanto como se esperaba, y las aguas bajan turbias en China, a lo que hay que sumar una Reserva Federal que algún día, hablando de tipos bajos, tendrá que subirlos, y está dudando, precisamente, porque tiene que asegurarse, igual que Draghi, que nadie culpará a la Fed de ningún desaguisado.
Mientras tanto, el pensamiento único continuó a lo suyo, con las prédicas del estilo: “los bajos tipos de interés favorecen la recuperación”, como si no hubiera evidencia en contrario, como si no hubiera habido tipos muy bajos antes de la crisis. La inflación se mantiene baja, es verdad, pero también fue baja antes de 2007. El cuento ahora es que los bancos centrales lucharán contra la deflación, es decir, continuarán inflando y, si la cosa sale mal, no será su responsabilidad: después de todo, inflaron con la economía al alza y los precios no subieron, ¿verdad? Se recordará que ese fue exactamente el argumento de Alan Greenspan, a quien Bob Woodward llamó tontamente “maestro”.
De momento, el nuevo maestro Draghi lo tiene todo bajo control. O casi. Las bolsas subieron y las crónicas se llenaron de comentarios sobre el impacto balsámico del BCE. El euro cayó, sin embargo.
(Artículo publicado en La Razón.)