El análisis de los mercados no es sencillo, y en la actualidad se va aproximando a una profesión de alto riesgo. En efecto, un día se derrumban las bolsas y los analistas hacemos acopio de explicaciones: frenazo al crecimiento europeo, ausencia de reformas, un PER elevado, deflación, resistencia numantina de Merkel, populismo rampante al borde de alcanzar el Gobierno (de momento, sólo) en Grecia, paro, ébola, geopolítica, y lo que usted quiera. Al día siguiente, con todas esas deficiencias y circunstancias alarmantes intactas, las bolsas suben. Entonces hablamos de “rebote”, como si los mercados fueran pelotas cuyo movimiento fuera físico, visible y, sobre todo, previsible.
Rizando el rizo, podemos utilizar la descriptiva metáfora del “rebote del gato muerto”, es decir, una reacción de los mercados que parece una recuperación sólida cuando en realidad es pura apariencia, del mismo modo que un gato muerto lanzado desde cierta altura puede rebotar y dar la equivocada impresión de que está vivo. Lógicamente, si la recuperación se consolida, nos apresuraremos a subrayar que las noticias sobre la muerte del gato eran exageradas.
Ignoramos el futuro, claro, pero podemos sospechar que el panorama que nos rodea justifica que los mercados enseñen los dientes, en un doble sentido. Primero, en el de resistencia o amenaza. La combinación de políticas monetarias expansivas, mayor deuda pública y mayores impuestos, más la ausencia de reformas liberalizadoras, ha dificultado y prolongado el proceso de reasignación de los recursos tras la crisis, indispensable para que la economía vuelva a crecer. En ausencia de un crecimiento vigoroso, las mismas autoridades que lo han impedido se presentan ahora como las que lo van lograr mediante un mayor gasto público.
Parece razonable que ante este horizonte algunos inversores desconfíen de la vida del gato. Efectivamente, esa combinación no hace sino consolidar el sistema intervencionista que caracteriza a Europa y obstaculiza su crecimiento. En ninguna parte baja apreciablemente el gasto público, con lo cual la deuda explota, aumentando aún más la inquietud.
Pero también podría suceder lo contrario: como el ajuste del sector privado ha concluido, las autoridades, porque hay elecciones y la gente está harta y puede privarlas de sus poltronas, deciden hacer menos daño, no suben tanto el gasto y bajan los impuestos. La economía vuelve a crecer.
¿Qué pasará? Nadie lo sabe, y la incertidumbre es lo que explica la otra acepción de enseñar los dientes, referida a los dientes de sierra.
(Artículo publicado en La Razón.)