La reducción de la deuda pública en noviembre es una buena noticia. Si los bancos centrales alimentaron una ola de liquidez que hipertrofió el endeudamiento privado hasta su estallido en 2007, al desapalancamiento privado ulterior se unió la combinación de políticas monetarias acomodaticias con una gran inflación de la deuda pública, motivada a su vez por una renuencia de los Gobiernos a reducir el gasto público.
La infame pero inexistente austeridad
Ese gasto no disminuyó de modo apreciable, a pesar de todas las denuncias sobre un supuesto desmantelamiento del Estado, denuncias convertidas en auto-elogios si el diagnóstico era formulado por las autoridades. Al haber sido los famosos “recortes” o inexistentes o pequeños, el resultado fue que, al derrumbarse la recaudación, se disparó el déficit y la consecuencia inevitable fue que la deuda pública creció como la espuma, coqueteando en España con el 100 % del PIB.
Allí, por cierto, se va a quedar, porque las autoridades estiman que rondará ese porcentaje en los próximos años, aunque confían en que el coste de su servicio continúe en la presente tendencia a la moderación. Si este coste se mantiene relativamente bajo, sumado al crecimiento del PIB (más alguna cocina estadística que lo aumente un poco), es posible que esa estabilización tenga efectivamente lugar. Nótese que hablamos de estabilizar una proporción, no de que el monto de la deuda esté disminuyendo, ni mucho menos: de hecho aumentó más del 14 % interanual de enero a noviembre, y el Tesoro va a emitir este año por casi un cuarto de billón de euros, lo que representa 65.000 millones más que en 2013.
Es evidente, pues, que ninguna campana ha de doblar con excesivo regocijo, dado que todo puede salir mal. El crecimiento, por ejemplo, puede no llegar al ritmo necesario, riesgo que los propios gobernantes pueden propiciar subiendo los impuestos o las cotizaciones sociales. La falta de reformas liberalizadoras puede frenar también la recuperación, y pueden sobrevenir otros contratiempos locales o exteriores. Pero de momento la reducción, siquiera pequeña, de la deuda pública en octubre y noviembre no aviva la inquietud sobre su sostenibilidad.
(Artículo publicado en La Razón.)
Dos cosas:
1. La cocina como alternativa al chivo.
2. Hay partidas de gastos públicos que se han reducido. La recaudación ha disminuído. El gasto público se mantiene o aumenta. El déficit ha aumentado. ¿Puede señalar otro día qué partidas son las que estos desalmados aumentan con más entusiasmo?
Obviamente, la deuda. Pero la clave es que el conjunto aumenta, y mucho. Si hubieran reducido el gasto público de verdad ninguna partida aumentaría. ¿O usted es de los que creen que «no es posible»?
Me refiero a que Ud. dice que el gasto (me imagino que el total) no ha disminuido significativamente.
Como hay muchas partidas que se han disminuido, obras públicas, ejército, mantenimientos,etc., pues otras han de crecer. Ya sé que el paro y las jubilaciones crecen. Pero esos desalmados lo saben. Uno porque deben de prever, que con las épocas flacas,la subvención por desempleo aumenta, efecto similarmente perturbador como los despidos en las empresas,y otro porque la pirámide de población, activos y otros se viene denunciando hace tiempo y la gente no ha crecido, y muerto o nacido, 30 años en uno y se han llevado una sorpresa «imprevista».
Ud. se mete con los impuestos y está muy bien pero a los cabezudos de los recortes pienso que hay que explicarles con su autoridad estas cosas.
Respecto a su pregunta de si lo creo posible le diré, en voz baja, que he sido funcionario de carrera y sé cómo las gastan. Como los chacales, en grado de excelencia. Como sanguijuelas transgénicas. Como acabados ejemplos de la evolución de los dinosaurios depredadores. Como pistoleros del oeste salvaje.