El intento de la izquierda de catalogar a Pablo Casado como un peligroso ultraderechista no tiene fundamento, pero sí antecedentes. Lo que suene a conservador o liberal es pintado con los colores más lúgubres y siniestros, y no solo en nuestro país. Un ejemplo reciente es el libro de Nancy MacLean contra el premio Nobel James Buchanan, que lleva el revelador título de: Democracia encadenada. La verdadera historia del plan oculto de la derecha radical para Estados Unidos. Buena parte de los ingredientes fundamentales de las campañas antiliberales están allí, en el título mismo.
Primero, la democracia. No hay bandera más importante de la izquierda que la democracia, y además desde hace mucho tiempo la esgrimen sin pudor. Se recordará que cuando había dos Alemanias, la que no era democrática, la que era una dictadura comunista, se llamaba “República Democrática”.
Pero esta burla sangrienta aparece también en las versiones más vegetarianas del socialismo: siempre es el socialismo el democrático, aunque llegue al poder tras las maniobras más oscuras, y aunque desde el poder procure siempre expandir la coacción política y legislativa, es decir, recortar la capacidad de la gente de elegir libremente. Al identificarse sin fisuras con la democracia, el truco está hecho: todos los que critican a la izquierda, obviamente, no pueden ser demócratas.
La identificación no solo es más izquierda = más democracia, sino más Estado = más democracia. Por lo tanto, nadie puede estar realmente en contra de los impuestos, porque los impuestos necesariamente son buenos, porque lo es el Estado, que cuida de los pobres. Toda esta fabulosa mentira no soporta ni el análisis ni la contrastación empírica, y por tanto debe repetirse mil veces y rodearse además de una importante carga moralizante. La izquierda es bondadosa, y por tanto sus adversarios deben ser malos. El libro de MacLean es perfecto en ese sentido paranoide, al denunciar al liberalismo como “un asalto a través de una quinta columna contra el gobierno democrático norteamericano” para “garantizar la supremacía del capital”.
Ni Pablo Iglesias plantearía mejor la típica falacia antiliberal que opone dos alternativas: o el Estado o las oligarquías. Así que terminemos con otro gran populista, que dijo: “Me hablan de economía libre, pero ¿cuándo la economía es libre? Si no la dirige el Estado, la dirigen los monopolios”. Son palabras del general Juan Domingo Perón.