Rodrigo L. Espinosa me preguntó en twitter: “¿Podría ponerme @rodriguezbraun un ROTUNDO caso de éxito de políticas liberales crudas (opuestas al Keynesianismo) a largo plazo en países de segunda y tercera fila? Es decir, blanco sobre negro. Sin eternos caminos sacrificados hacia el ‘paraíso’ que nunca llega”.
Toda la pregunta reviste un gran interés, en la forma y en el fondo, en lo implícito y lo retórico, en lo metodológico y hasta en lo ortográfico. No quiere don Rodrigo un caso de éxito liberal, sino un caso de éxito ROTUNDO, con todas las letras mayúsculas, de políticas liberales “crudas”. Como si esto fuera posible en la vida real, donde no hay diagnósticos rotundos, y donde las políticas liberales nunca son crudas, sino que, en el mejor de los casos, vienen mezcladas dentro de sistemas híbridos de libertad y coacción. Lo mismo pasa, por cierto, con las políticas antiliberales, salvo en sus extremos: rara vez hay un caso crudo y rotundo de antiliberalismo. Hay matices y grises.
También esta parte de la pregunta es relevante en lo metodológico: parece dar por sentado implícitamente que es el liberalismo el que tiene que justificarse, y no el antiliberalismo. Y lo mismo vale para eso de los sacrificios hacia el paraíso que nunca llega. Como si esta fuera una señal exclusiva del liberalismo, como si las políticas intervencionistas de “los socialistas de todos los partidos”, por evocar a Hayek, jamás pidieran sacrificios y siempre lograran la llegada de los paraísos que prometen.
Don Rodrigo, asimismo, matiza su pregunta. Ante todo, porque habla de “Keynesianismo”, con lo cual elude la fácil respuesta a la pregunta de si tuvo más éxito el capitalismo que el socialismo.
Pero, además, y aparte de que exige una “crudeza” al liberalismo de la que exime al keynesianismo, circunscribe el interrogante al largo plazo, y a países de “segunda y tercera fila”. Puede que esto se deba a que reconoce que en los países de primera fila el liberalismo ha tenido éxito, y que sólo desea defender la idea de que el liberalismo fracasa a la hora de reducir la pobreza en los países subdesarrollados.
Si todo esto es así, se puede responder a la pregunta del señor Espinosa, no de manera rotunda, ni negro sobre blanco, pero sí a grandes rasgos. Veo en su cuenta de twitter una preciosa fotografía de un glaciar, posiblemente en el sur de mi Argentina natal, de cuya Patagonia don Rodrigo se declara amante. Igual cabría empezar por la Argentina.
En 1880 no era un país rico, pero sí llegó a serlo en el medio siglo siguiente. Hubo, como siempre, una mezcla de políticas económicas, pero la tendencia entonces fue más bien liberal. A partir de 1930 la tendencia se invirtió. ¿Qué políticas tuvieron relativamente más éxito?
El eterno debate… recuerdo a mi abuelo y papá, emigrantes, allá por los años 70, en una Argentina distinta pero similar en cierta medida, en eternos debates acalorados acerca de la conveniencia de la omnipresente mano del Estado, o de la «rienda suelta», las privatizaciones, las desregulaciones, etc.
Sin embargo, luego de muchas décadas, sigo con la gran duda: en todos estos años y como digo, en países de segunda y tercera fila, la pretendida verdad incuestionable de una u otra postura, no se ha impuesto más que por muy cortos periodos.
Cada vez más, la política queda subyugada a la economía, si alguna vez no lo ha estado. Por lo tanto, yo me desligo de afinidades políticas y hago una crítica al modelo económico liberal tal como se ha impuesto. No al teórico, al ideal, sino al práctico, al de “obligada aplicación”, al de las “recetas” del FMI, del BCE, de la ODCE, al del Foro de Davos.
Así cómo los postulados comunistas podrían parecer promisorios en la teoría pero no lo son en la práctica, los liberales económicos sufren a mi juicio de igual incongruencia práctica: sus éxitos esperados no se ven en países, como digo, de segunda o tercera fila.
No son, bajo ningún concepto, exportables mundialmente como se pretende, sin importar la naturaleza de cada economía ni considerar la fortaleza o prevalencia del sector primario, secundario, terciario, I+D, etc.
Esa pretensión de aplicación global de las reglas liberales económicas en boga, como si todos los países y economías tuviesen las mismas estructuras, explican a mi juicio justamente el fracaso del modelo en esos países de segunda y tercera fila. Países que a la sazón y como España, son la mayoría de países del mundo.
Estas políticas, se ha visto y se sigue viendo, dejan tras de si mayor pobreza, desigualdad social y desproporción en la transferencia de capitales, todos males que se “venden” como necesarios para llegar al “Edén del neoliberalismo económico”, lugar sagrado al que se promete llegar a través de un túnel sin luz y lleno de necesarios. Pero que de tan largo, pareciera ser infinito.
Por ello es que creo que determinadas políticas «Keynesianas» de intervención (justa, racional y controlada) en mercados como el laboral, el financiero, etc. (cuando así lo ameritan desequilibrios que para mi son indudables con las políticas desreguladoras y de puro “libremercadismo”), han dado más felicidad, más crecimiento, más empleo.
Y si aceptamos que el fin último de las políticas económicas públicas es justamente hacer más feliz la vida a las personas, creo que ese objetivo lo han logrado más efectivamente y llegando a más población, redistribuyendo mejor las rentas, las políticas keynesianas.
En este sentido y cuando me refiero a la teoría de Don Keynes, pretendo desligarme de toda tendencia meramente política, si bien indudablemente hay relación estrecha de afinidad entre determinadas posturas políticas y económicas.
Al ejemplo de la Argentina de fines del S. XIX y principios del S. XX, lo considero descontextualizado, habida cuenta de los factores distorsionantes de aquel periodo de preguerra, guerra y postguerra, donde la demanda de materias primas a nivel mundial era garantía de éxito para una Argentina tradicionalmente neutral en los conflictos mundiales. ¿Quién defendería el proteccionismo en esas circunstancias?
Más aún, justamente al final de ese periodo, fue cuando las políticas Keynesianas nacientes apuntalaron el exitoso “New Deal”, en un Estados Unidos de América, cuna del liberalismo, devastado en gran medida por las política opuestas previas.
En España llevamos años de una mayor ortodoxia liberal económica, todo hay que decirlo, impuesta, sin resultados claros ni ciertos. Me atrevería a decir, sin resultados satisfactorios a la vista a largo plazo al menos.
El PIB español se ha duplicado entre el año 2000 y el 2017. De la mano de políticas liberales económicas (reitero porque Carlos Braun es sensible a ello, no me refiero a políticas liberales teóricas, puras, sino a las que se aplican en la práctica). Las rentas de la gente no se han visto incrementadas en la misma proporción. Incluso han sido inversas en grandes capas de la población. Se ha concentrado la riqueza.
¿Por lo tanto, como se puede hablar de éxito de esas políticas, llamemos, liberales, para diferenciarlas de las keynesianas?
¿Cómo se puede hablar de éxito de estas políticas cuando, si se habla con sinceramiento (algo que no abunda en la política), no hay visos de mejora sustancial de las cifras de desempleo, de déficit, del lastre del terrible endeudamiento?
Nadie con la mano en el corazón y la razón como guía, podría afirmar a futuro medio al menos, que estas políticas lograrán mejorar la situación social y económica española de manera sustancial. Se pintará de éxito lo que es un fracaso rotundo, como vemos a diario en los mass media, pero eso, a buen seguro, no sucederá. Hace 10 años muchos ya lo dijimos y pese a los cantos de sirena, la realidad es casi la misma que entonces.
Estoy plenamente convencido que mientras se eleve el PIB a costa exclusiva de las grandes empresas multinacionales, las burbujas de turno, como la gastronómica ahora, el turismo o el sector exterior, no avanzaremos más que en apariencia, en los grandes guarismos macroeconómicos. Si el consumo interno sigue en España devastado en virtud de la aplicación de las políticas en boga en la UE, la requerida distribución de la renta, que genera igualdad y bienestar parejo, no se verán por estos pagos.
El recorte de salarios se ha demostrado devastador para la gente. Así, claramente, no se gana ni se sostiene la competitividad. Simplemente se destruye el consumo interno y se genera pobreza.
En este sentido, recuerdo hace tiempo, cuando tenía 23 o 24 años, una conversación desde un punto de vista meramente teórico con un economista hablando acerca de la conveniencia de que cada país potenciase aquello que mejor y tradicionalmente sabe hacer mejor. Sea lo que fuese. No todos pueden fabricar eficientemente microchips, así como no todos pueden cosechar eficientemente buenos y baratos granos, salvo que quiera transformar un perro en gato con un toque de barita mágica.
Ni tampoco es conveniente globalmente hablando.
En todo caso queda para mi claro que “ganar” competitividad a costa del salario, es nefasta para los países a la luz del sentido común y la evidencia.
En otro orden de cosas, ciertas herramientas de las que se sirven estas políticas (llamemos liberales), como el método de cálculo ponderado del IPC, son una quimera en toda regla.
Las voces disidentes se apagan con el uso de la billetera, la “verdad” y los falsos augurios de éxito se afianzan como verdad indiscutible gracias a los conglomerados de comunicación. La disidencia activa se silencia a menudo gracias a la instrumentalización de la justicia. Se nos augura la llegada del mesías, pero nadie lo ha visto ni lo espera con estas políticas económicas. Son meros actos de fe.
Feliz Año 2018 y sobre todo mucha SALUD. Lo demás, va y viene.