El chiste es muy conocido: “¡Alégrese, hombre! Este año será el año del consumismo: con su mismo piso, con su mismo coche, con su mismo traje…”. Cada vez que aparecen cifras sobre el consumo privado de los españoles suele abrirse un amplio y discordante abanico de opiniones que incluye a los que piensan que el consumo es bueno y malo, y los que lamentan más o menos cómo consumen los españoles, más o menos.
La bondad del consumo es una circunstancia que parece obvia. Ya lo dijo Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, Libro IV, Cap. VIII: “El consumo es el único fin y objetivo de toda producción”. Pero el sentido en el que lo dijo no siempre es correctamente apreciado: no era con el objetivo de alabar el consumo de por sí, sino para sostener que el interés del consumidor no debe ser sacrificado al interés de otros, en particular de los empresarios productores, a los que debería simplemente dejarse competir, sin primas y sin trabas. Como cualquier sabe, lo que sucede es lo contrario, y de ahí que, merced a impuestos, privilegios y regulaciones de variopinta suerte, los consumidores de prácticamente cualquier cosa están pagando en nuestro país por esa cosa más de lo que pagarían en condiciones de libre competencia.
Entre los que piensan que el consumo es bueno está la legión que lo consideran “el motor de la economía”, en una generalizada muestra de sentido común, que, al revés del dicho popular, sí es el más común de los sentidos, y a menudo el más errado. En efecto, una cosa es que los países ricos consuman más que los pobres y otra cosa es que sean ricos porque consuman más. Tras esta última falacia se apunta la macro keynesiana cañí que sostiene que fomentando la demanda de cualquier bien o servicio garantizamos el crecimiento. Saldremos de la recuperación y consumiremos más, pero lo segundo no es la causa de lo primero.
Otra muestra de paternalismo es creer que el consumo es malo según le parezca a las autoridades. Típico ejemplo de ello es el consumo de tabaco, perseguido como si fuera el peor de los delitos, sólo para comprobar que los españoles siguen consumiéndolo en enormes cantidades, sólo que en lugares diferentes, o más incómodos, comprando más tabaco de contrabando etc.
Y, por fin, la máxima contradicción, que padecen los que se quejan al mismo tiempo de que somos unos consumistas y de que no consumimos lo suficiente.
(Artículo publicado en La Razón.)