Alfonso Reyes, que la tradujo con su maestría habitual, habló de “una novela policiaco-metafísica”, aludiendo a El hombre que fue jueves. El texto de Chesterton señala acertadamente a los pesimistas como los grandes enemigos de la libertad.
Esto podrá parecer extraño. Después de todo, The man who was Thursday trata de una conspiración anarquista mundial, y termina de una manera religiosa y relativamente amable, para lo que podría haber temido el lector al comienzo.
Dislates ulteriores están presentes en las ideas de los radicales: “Queremos abolir esas distinciones arbitrarias entre el vicio y la virtud”. Junto a ello, la amarga denuncia de la incapacidad de los empresarios, y los ricos en general, para defender el sistema del que viven, y su anhelo en atacarlo. “Sólo los ricos se atreverán a destruir el deber y la religión”. Estos anarquistas odian la familia, y están dispuestos a ejercer la violencia contra las personas, pero nunca contra los animales.
Están los “policías filosóficos…A nosotros nos toca remontar hasta el origen de esos temerosos pensamientos que conducen a los hombres al fanatismo intelectual y al crimen intelectual”.
Chesterton rechaza la idea de que es la falta de educación lo que pone en peligro la civilización: “el criminal peligroso es el criminal culto; el más peligroso es el filósofo moderno que ha roto con todas las leyes…Los ladrones creen en la propiedad, y si procuran apropiársela sólo es por el excesivo amor que les inspira. Pero, al filósofo, la idea misma de la propiedad le disgusta, y quisiera destruir hasta la noción de posesión personal…el filósofo odia la vida, ya en sí mismo o en sus semejantes”.
Y la clave es el pesimismo: “luchamos contra una inmensa conspiración…toda una iglesia rica, poderosa, fanática. Una iglesia del pesimismo oriental, que está empeñada en aniquilar a los hombres como si fueran una plaga”.
Si repasamos la larga serie de incursiones del poder contra la libertad de sus súbditos durante el último siglo, veremos que la fantasía de Chesterton describe bastante bien la realidad. Todos los recortes de nuestros derechos y libertades han venido justificados siempre por visiones pesimistas, que giran en torno a la imposibilidad de convivir, esencialmente por conflictos irresolubles. El comunismo parte de la base de la lucha de clases, nada menos, es decir, de la radical imposibilidad de cooperación entre empresarios y trabajadores.
Tras ese pesimismo vinieron muchos otros, pero todos en la misma dirección conflictiva. En décadas recientes hemos visto réplicas del modelo pesimista. Por ejemplo, por mencionar sólo dos de las más exitosas, se insiste que el ser humano, creador por excelencia, es destructor de la naturaleza y nos aboca a catástrofes sin cuento. Y, para colmo, se dice que los hombres y las mujeres son nada más y nada menos que enemigos acérrimos.
Chesterton nos advierte contra quienes más capacidad de daño tienen: los jefes, a saber, los que predican el mensaje pesimista, pero que en el fondo no les ilusiona.