La teoría convencional establece que el Estado debe intervenir porque los mercados son imperfectos. Esta noción es antigua, y no sólo permea la economía neoclásica desde Marshall y Pigou hasta Stiglitz, sino que se remonta a Stuart Mill e incluso más atrás. Cuando los economistas aseguran que los bancos centrales son indispensables porque el dinero tiene externalidades, y lo hacen altaneros como si fuera un descubrimiento reciente, ignoran que esas externalidades aparecen en La riqueza de las naciones de Adam Smith de 1776.
Sin embargo, no está claro que tenga sentido hablar de fallos del mercado, como si no existieran fuera de él, y tampoco está claro que la intervención del Estado los resuelva, aunque sí opera en las finanzas una suerte de blindaje público: como la banca tiene externalidades, típicamente, puede dar lugar a riesgos y crisis de carácter sistémico, el Estado crea mecanismos para neutralizar esos riesgos. Ahora bien, una vez hecho esto, no hay manera de que el Estado tenga ninguna responsabilidad en nada malo. Si todo va bien, el Estado se justifica. Si todo va mal, el Estado también se justifica, echándole la culpa a las mismas empresas privadas en cuyo funcionamiento intervino para que todo fuera bien.
El llamado caso Bankia es un ejemplo de esta estratagema. Ayer muchos se llevaban las manos a la cabeza porque los técnicos del Banco de España habían descalificado las cuentas de Bankia…como si a Bankia la hubieran controlado los técnicos de la Madre Teresa de Calcuta, y no, precisamente, los mismos del Banco de España, que supervisaron primero la fusión, y después la salida a bolsa junto con la CNMV, el Ministerio de Economía, y otras autoridades.
Mientras esperamos los pasos siguientes del proceso, que permitan dilucidar la veracidad de las imputaciones, y lamentamos el lógico impacto negativo en la cotización e imagen de Bankia, y por extensión de España, conviene no olvidar la responsabilidad de los gobernantes y reguladores.
En efecto, los gestores de Bankia alegarán, con razón, que si valorar cualquier empresa es difícil, valorar un banco lo es aún más, en particular cuando se ve envuelto en una coyuntura crítica que puede depreciar considerablemente sus activos. Cabe criticar su gestión, por supuesto. Y se podrá aducir que todas las autoridades mencionadas son imprescindibles, o por el contrario que son inútiles o nocivas, tesis esta última con la que simpatizo. Pero lo que no se puede argüir es que no existen o deben ser de piedra.
(Artículo publicado en La Razón.)