Aunque su origen, como es sabido, está en la biología, la expresión “caldo de cultivo” se emplea para designar un “ambiente propicio para que algo se desarrolle”, como dice el DRAE. Acaso por alusión a las enfermedades, suele utilizarse para aludir a algo malo. Así, rara vez se dice “la economía de mercado es el caldo de cultivo para la riqueza”. En cambio, a menudo se afirma: “la pobreza es el caldo de cultivo para el terrorismo”.
A raíz de los recientes crímenes de Bruselas lo hemos vuelto a oír. Sin pudor, destacados líderes de la izquierda, ahora con Podemos a la cabeza, para que veamos qué poco se diferencian de la infausta “casta”, han vuelto con la detestable sugerencia de que las decenas de inocentes que han sido asesinados en la capital belga lo han sido prácticamente por su culpa. Santones de la progresía han afirmado que “recogemos lo que hemos sembrado”, y se han puesto estupendamente progres afirmando que todo es culpa de “el capitalismo”.
El capitalismo se funda en la propiedad privada y los contratos voluntarios. Si revisamos la larga historia de las guerras, comprobaremos que no han brotado de estas instituciones capitalistas, sino más bien al contrario, de su vulneración. Los causantes de las guerras han sido los poderosos con el objetivo de violar la propiedad ajena, y en especial los Estados, cuya existencia depende de dicha violación, condenada siempre por la moral y las religiones: desde hace mucho las religiones más avanzadas prohíben robar.
Así como la corrección política se niega a reconocer la responsabilidad individual del mal, lo busca en responsabilidades colectivas que al parecer impulsarían el crimen más allá de los individuos. Oigámoslo de labios de un ídolo del pensamiento único, fundador de la “economía del bien común”, como si no hubiera sido fundada hace milenios por los dos primeros seres humanos que decidieron comerciar pacíficamente. Esto dijo Christian Felber: “El terrorismo surge del caldo de cultivo de la desesperación de la gente. Si los países ricos les tendieran una mano a los pobres, si la economía, las relaciones comerciales en lugar de ser competitivas fueran colaborativas, entonces el terrorismo no tendría este caldo de cultivo. En última instancia, tiene que ver con un sistema económico no cooperativo, violento, explotador, basado en valores equivocados”.
Insisto: el capitalismo, la economía de mercado, es cooperativa, no es violenta ni explotadora porque se basa en la persuasión. Amancio Ortega es millonario, pero jamás ha obligado a nadie a comprar sus camisas: multitudes se las hemos comprado voluntariamente, y eso le ha hecho prosperar, a él y a las decenas de miles de trabajadores de Zara. Ha sido la cooperación, característica del mercado.
Miremos a los terroristas. No son pobres, no están excluidos de nada, y no están desesperados. No tienen hambre. Odian, que no es lo mismo. Y lo que odian son los valores del capitalismo y el mercado.
(Artículo publicado en La Razón.)