Desde hace mucho tiempo el derecho, y en particular el relativo a los seguros, incorpora la noción de “fuerza mayor”, que es la que “por no poderse prever o resistir, exime del cumplimiento de alguna obligación”. En inglés se utiliza la bonita expresión “Actos de Dios” para aludir a sucesos súbitos e inevitables, difícilmente previsibles, ocasionados por la naturaleza y no por el hombre, tales como terremotos o huracanes. A finales de los años 1990 empezaron a emitirse, en Estados Unidos y Japón, unos bonos llamados Act of God bonds, o bonos catástrofe, brevemente denominados cat bonds. En los últimos tiempos están siendo objeto de un interés creciente, también en Europa.
¿Cómo funcionan? Los emiten por regla general las compañías de seguros para financiar los pagos de un posible desastre; los tenedores cobran un cupón dependiente de las primas y otros ingresos con poco riesgo de esas compañías. Estupendo, dirá usted, todos ganan. Los inversores (fondos de pensiones, por ejemplo) obtienen un rendimiento superior al actual de la renta fija. Las compañías de seguros diversifican su riesgo ante catástrofes, y a un coste menor del que cobran las empresas de reaseguros. Y todo esto, además, en un mercado no correlacionado con los altibajos y sorpresas de las finanzas y las bolsas.
Sin embargo, no es oro, ni es seguro, todo lo que reluce. Cuando nos dicen que estos bonos son una forma de titulización, como las hipotecas, conviene no olvidar lo que pasó con las hipotecas. En efecto, estos bonos se emiten contra catástrofes específicas, localizadas y cuidadosamente pautadas. Si el desastre excede esas pautas, el bono hará default, y su pago puede retrasarse o cancelarse. Dirá usted: bueno, pero las catástrofes poco probables son eso mismo, poco probables ¿verdad? Pues no se confíe usted demasiado, y menos en un contexto de expansión monetaria. Recordemos los reiterados fracasos financieros derivados de modelos estadísticos que se equivocaron a la hora de ponderar los acontecimientos menos probables, las llamadas “colas” de la distribución (o los “cisnes negros”). Los bonos catástrofe que defaultearon en los últimos años han sido los del huracán Katrina y los del terremoto japonés que llevó al desastre de Fukushima.
(Artículo publicado en La Razón.)
¿Hay seguros contra los actos de «fuerza mayor», como las catástrofes naturales, ocasionados por los gobiernos, y similares y asimilados, que sufrimos?
Sí, pero limitados.