Parece que fue ayer. Hace un par de años, el bono español a diez años llegó al 7,6 %. Ahora está al 3 %. ¡Bono, bonito, barato!
Si hoy la prima de riesgo se codea con los 150 puntos básicos, la situación va a mejor, o ha dejado de ir a peor. Las cuentas públicas mejoran, por el efecto combinado del repunte de la actividad y la subida de impuestos; como comentamos aquí la semana pasada, las agencias de ráting dan cuenta de ello; las alternativas de los últimos años, los mercados emergentes, no son tan atractivos como antes; el BCE, siempre acusado de ser una suerte de anciano petrificado, o un Don Tancredo, ha insistido en que, además de lo que ya ha hecho para ampliar su balance, que ha sido mucho, está dispuesto a hacer aún más, y ya en Europa se empieza a hablar con irresponsable optimismo de “heterodoxia” y a pronunciar el Quantitative easing con más ease que en Estados Unidos, donde han comprobado una vez más que no hay más mago que Mandrake.
Dos burbujas
El Tesoro puede seguir reorganizando la deuda pero no cabe ignorar, hablando de deuda, el más importante cambio de los últimos años: la sustitución de una burbuja privada por una burbuja de deuda pública, que en pocos años pasó en España de menos del 40 % del PIB a casi el 100 %. Esa burbuja se está reflejando a nivel global otra vez en los mercados privados, donde bullen las operaciones de fusión y las empresas emiten mucho y barato, mientras que las que emitieron hace poco al 8 % quiebran o intentan renegociar sus pasivos.
La clave, como siempre, es el crecimiento, y la nota optimista es que el Gobierno puede que ignore a los expertos que aseguran que España tiene “margen” para subir los impuestos, y no haga más daño. Si los sube tendremos una tercera recesión, igual que tuvimos una segunda en 2011-2013 precisamente por esa razón.
(Artículo publicado en La Razón.)