Cuando venga la próxima crisis, que vendrá, todo el mundo le echará la culpa al mercado libre. O sea, la misma fantasía de siempre. El libro de Daniel Lacalle (La gran trampa, Deusto) denuncia esta fantasía a propósito de los bancos centrales, a los que sistemáticamente se recurre a la hora de apagar los incendios monetarios, cuando en realidad se trata de auténticos bomberos pirómanos.
Las cifras marean. “Estados Unidos creó más dinero entre 2008 y 2016 que en toda su historia anterior”. Y en otras partes ha pasado algo parecido: “Los bancos de Europa acumulan hasta el 45 por ciento de la deuda soberana de los países”.
Esos peligrosos bomberos pirómanos nos abocan al riesgo de “zombificación”; bajan los tipos, pero no hay inversiones, porque hay sobrecapacidad, mucha deuda y poco crecimiento. La “solución” de invertir en cualquier cosa sin rentabilidad lleva a menos crecimiento, más impuestos y más deuda: “Los gobiernos no tienen mejor información ni mejor capacidad que el sector privado para identificar inversiones atractivas, pero sí poseen el incentivo de gastar sin preocuparse por las consecuencias y sin recibir ninguna penalización por ello. Al trasladar al sector privado ese incentivo perverso, se multiplica la mala asignación de capital.”
Algunos dicen que no pasa nada, porque ese dinero queda como excedente de reservas en el sistema financiero, y se limita a alimentar la burbuja de activos, pero el peligro es el tsunami que se produce cuando se libera parte de ese dinero en la economía, y la liquidez creada para frenar la crisis no genera ningún efecto mitigador.
Cuatro elementos de la trampa: crear burbujas que deben mantenerse después para evitar otra crisis; tratar de resolver un problema de deuda con más deuda; creer que la inversión y el crecimiento son bajos porque falta demanda; y generar daños colaterales en los mercados emergentes y de materias primas.
Mientras siguen expandiéndose los balances de los bancos centrales y nos dicen: tranquilos, porque no hay inflación, resulta que el Eurostoxx 50 cotiza a 20 veces beneficios, y mi Argentina natal, con su historial de defaults, emitió un bono a cien años con una demanda tres veces superior a la oferta. Si esto no es una burbuja de deuda, no sé qué es una burbuja de deuda.
Eso sí, estamos llenos de regulaciones que, como dice Lacalle, protegen al sistema de la última crisis, no de la siguiente. Y, en plena conspiración contra los pobres, cuyo ahorro está más en dinero en efectivo que en otros activos, vienen los listos de alguna universidad de la Ivy League y proponen, además de crear el bitcoin estatal, suprimir el dinero en efectivo para que los tipos de interés no solo sean bajos sino negativos.