Este titular atrajo mi atención: “Los inversores aplauden el proyecto ultraliberal de Bolsonaro”. Era de El País, pero podría haber sido de muchos otros medios. El mensaje intranquilizador resultaba diáfano. El prefijo “ultra” nunca se asocia a nada que sea bueno. Y ¿quién aplaude al presidente? Los inversores. No la gente.
Tras este comienzo tan desalentador, la corresponsal Naiara Galarraga Gortázar habla del ministro de Economía: “El ultraliberal Guedes entró en el Gabinete del ultraderechista Bolsonaro…”. Nada reconfortante cabe esperar de un ministro y de un Gobierno ultras. Se nos informa de que el ministro “se enriqueció en el mundo de las finanzas y casi no tenía experiencia política”. No se entiende qué tiene de malo enriquecerse, ni en las finanzas ni en cualquier otra actividad. Y en cuanto a la experiencia política, la que acumulan los políticos de izquierdas no siempre equivale a una gestión eficaz y honrada.
Era llamativo el contraste entre la retórica y el contenido del texto. Porque la señora Galarraga Gortázar explica lo que Bolsonaro y Guedes pretenden: defender la democracia y el mercado, abrir la economía, reducir la burocracia, simplificar la regulación, privatizar, quitar trabas, frenar el crecimiento del Estado. Hay gobiernos socialistas en el mundo que han compartido algunos de esos objetivos. Pero los medios nunca los ha llamado “ultras”.
La corresponsal ilustró el contraste en otro artículo posterior, anunciando: “El día con el que los inversores atentos a Brasil y el presidente Jair Bolsonaro soñaban ha llegado”. Era la aprobación en el Senado de la reforma de las pensiones. Al parecer, solo los inversores podían celebrarlo. Y la propia corresponsal explica qué sucede con el sistema previsional público en Brasil: “bomba de relojería… uno de los sistemas de pensiones más costosos y desiguales del mundo. La OCDE lo consideraba insostenible entre otros motivos porque los brasileños se jubilan jovencísimos en comparación con buena parte del mundo: ellas con solo 53 años de media; ellos, con 57…El gasto público en pensiones…en una verdadera hemorragia. Devora el 58% del presupuesto, el triple de lo destinado a sanidad y educación. Una vez que la reforma entre en vigor, las brasileñas tendrán que trabajar hasta los 62 y los hombres hasta los 65”.
En fin, una reforma razonable, nada “ultra” y que no tiene por qué ser saludada solo por los inversores.