El sociólogo Zygmunt Bauman es admirado por el pensamiento único, porque es un crítico del “neoliberalismo”, que es el nombre del terrible mundo que sucedió a la caída del Muro de Berlín: reveladoramente, no hubo entonces una fiesta sino una gran inquietud ante el capitalismo triunfante. Según leí en El País, la conclusión de Bauman fue: “la promesa de que la riqueza de los de arriba se filtraría a los de abajo ha resultado una gran mentira”.
Es el famoso filtro, la trickle-down theory, la idea de que hay que dejar que los ricos sean ricos, porque una vez que acumulan su dinero, lo disfrutan ellos pero también “gotea” hacia los pobres. Todo el mundo ataca esta teoría, desde los comunistas hasta el Papa. Es notable, porque la teoría del filtro sólo tiene atacantes: nadie la defiende. Como es natural, se trata de un combate con un vencedor claro, a saber, cualquiera que diga que la teoría del filtro es falsa.
Y lo más interesante del caso no es que sea falsa, que por supuesto lo es, sino que no se pondera la razón por la cual es falsa. Es decir, se cree seriamente que la riqueza de los ricos, al no filtrarse hacia los pobres, evidentemente necesita que actúe la coacción política y legislativa para que les quite a los ricos el dinero y efectivamente lleve a la práctica el famoso filtrado de arriba abajo, de los que más tienen hacia los que menos tienen.
La falsedad de la teoría del filtro, que casi nadie subraya, revela hasta qué punto la opinión pública y publicada es bombardeada con mitos que dificultan la comprensión del fenómeno económico fundamental: la creación de riqueza. Esa creación permite entender la equivocación de la teoría del filtro, porque demuestra que los ricos nunca benefician a los pobres después de ser ricos sino antes.
Salvo una pequeña minoría, los ricos no nacen ricos sino que consiguen serlo durante su vida, montando una empresa. El caso paradigmático en nuestro país es Amancio Ortega, que empezó siendo un modesto tendero. La cuestión es: ¿cómo se hizo rico? Elemental, dirá usted: vendiendo camisas y otros artículos. Y ¿qué pasó? Pues que la gente, libremente, le compró las camisas, se las compró por millones, en España y en un centenar de países en todo el mundo. Eso fue lo que hizo millonario al señor Ortega.
Nótese que todos esos clientes compraron libremente, porque les convenía, es decir, pensaban que el dinero que entregaban en Zara valía menos que la camisa que compraban. Cada una de esas compras no sólo benefició a Amancio Ortega sino también a los compradores, que en caso contrario no habrían comprado. Es decir, Ortega se hizo rico porque benefició a los demás.
No encontrará usted estos razonamientos en los medios, ni en las aulas, claro que no. Lo que encontrará es una multitud de valientes pensadores, como Bauman, que refutan por las malas razones una teoría del filtro que nadie defiende.
(Artículo publicado en La Razón.)