El ex juez Baltasar Garzón escribió un artículo en El País contra el mal, o sea, Donald Trump. La ilustración de Eva Vázquez presentaba a la justicia destrozada, con su pedestal ocupado por el símbolo del dólar. Esto ya resultaba llamativo, porque el mundo de los negocios a quien respaldó, y a quien entregó más dinero, fue a Hillary Clinton.
Garzón llama al nuevo presidente norteamericano zafio y soberbio: “peligrosa escenificación del autoritarismo que encubre un ataque sistemático contra los derechos humanos de millones de personas…debe detenérsele cuanto antes, so pena de males mayores”.
Lo compara con los nazis: “una superioridad racista y xenófoba que nos recuerda épocas pasadas de infausto recuerdo”. Define a Trump como “manual para corromper la democracia pervirtiendo el propio sistema desde una concepción oportunista del derecho como instrumento demoledor de los derechos de los más vulnerables…Los votos no legitiman la barbarie de alguien que desprecia las conquistas que tanto sufrimiento han causado a la humanidad”.
Dirá usted: es normal en Garzón, y además mucho de lo que dice es verdad, o debería serlo. ¿Cómo no defender “la libre circulación de las personas”? Cierto es que el ex juez suelta tonterías apreciables, como su condena a los empresarios que defienden la libre emigración, “porque no valoran a la persona sino a su potencial aprovechamiento para seguir produciendo la misma dinámica excluyente. No es la persona, es la economía”. Pero pensando en los inmigrantes pensé que la izquierda, que se pone tan estupenda con el muro de Trump, nunca desmanteló la valla de Melilla.
Aquí está la trampa de Garzón, convertido en héroe de los derechos humanos porque persiguió a Pinochet, cuando la clave es que nunca le tosió a Fidel Castro. No se destacó precisamente por defender los derechos humanos vulnerados por los regímenes socialistas y populistas. Jamás llamó zafio a Hugo Chávez, ni soberbia a Cristina Kirchner, ni autoritario a Nicolás Maduro. Condenó los crímenes de los militares en América Latina, pero no los de los terroristas.
Esta asimetría resulta relevante a la hora de ponderar los derechos humanos, porque si no son defendidos en su totalidad, la manipulación de la verdad y el servicio al totalitarismo están servidos. Lo hemos visto una y otra vez repetido en España, donde la izquierda ha pretendido colar una versión edulcorada de la Guerra Civil, en la que al parecer sólo un bando cometió atrocidades sin cuento.
Y hablando de derechos humanos, recordé una foto que me llamó la atención. A poco de entrar en la Casa Blanca, Donald Trump recibió allí a Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López, y pidió la liberación de este dirigente opositor venezolano y del centenar de presos políticos de la tiranía bolivariana. Es verdad que ahora hasta los de Podemos se fotografían con disidentes, cuando vitorearon al régimen chavista hasta ayer mismo. Ahora bien, ¿recuerda usted una foto así con Obama? Claro, claro, es que Obama defendía los derechos humanos, no como Trump.