Hemos visto a nuevos ministros, cuyo aprecio por la libertad es manifiestamente mejorable, prometer ante el Rey “guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado”. La explicación estriba en que, por mucho que nos duela a los liberales, ninguna Constitución es garantía de la libertad. Los Estados más tiránicos cuentan con textos constitucionales, y en las democracias las cartas magnas suelen ser contradictorias en lo que respecta a los derechos fundamentales de las personas.