Muchos análisis sobre Alemania a cuenta de las próximas elecciones han subrayado las diferencias que la separan de otros países. A menudo esas diferencias son tratadas con condescendencia, sin percibir que en la mayoría de los casos equivalen a ventajas admirables.
Así, el Wall Street Journal ironizó con que cinco años después de haber visto a Obama ganar el voto juvenil utilizando las redes sociales, los políticos alemanes no son capaces de conectarse con destreza, como si tener diputados con lustrosos iPhones y modernas tabletas, al estilo de los nuestros, garantizara unos gobiernos de excelentes resultados. The Economist sostuvo que Angela Merkel suele hablar bajito y no decir nada, como si otras autoridades pudieran darle copiosas lecciones en ambos terrenos.
Gideon Rachman comentó en el Financial Times que el debate político en la República Federal resultaba “especialmente pueblerino” considerando que es la primera potencia de Europa, el segundo exportador del planeta y la cuarta economía más grande del mundo. Y, en efecto, lo parece, porque en vez de debatir sobre Siria discuten sobre los peajes o el vegetarianismo. ¿Habrá que recordar que esos políticos tan provincianos contrastan con los desastres que perpetran en otros países unos cosmopolitas que presumen de ser estrellas de la geoestrategia?
Los alemanes saben lo que es el socialismo…y están escaldados
Se dirá que la cautela en ese ámbito es hija de las derrotas militares que el país experimentó en el siglo pasado. Lo es, mas no por ello es censurable la reticencia sino más bien, al contrario, es una ventaja derivada de haber padecido uno de los dos grandes totalitarismos imperialistas. Por cierto, el escaso papel que juega la extrema izquierda es asimismo una saludable consecuencia que “disfruta” Alemania por haber sufrido también el otro totalitarismo. No olvidemos que los alemanes tienen buenas razones para matizar el discurso anticapitalista que tantos éxitos cosecha en otras latitudes: allí en su propia tierra, su propio pueblo supo realmente lo que sucede cuando no hay capitalismo y cuando los perversos mercados son suprimidos y reemplazados por el socialismo. Están sanamente escaldados, claro.
Hablando de estar sanos, la economía alemana da muestras de una admirable salud, y eso que ha sufrido la crisis como el resto, o incluso más: el PIB cayó un 5 % en 2009, más que en España, y también tropezó el año pasado, como nosotros. Sin embargo, la solidez de su sistema económico aparece en la recuperación actual y sobre todo en el mantenimiento de una moderada tasa de desempleo, más baja hoy que en las últimas dos décadas.
Intervencionismo, sí, pero economía abierta, también
No se trata de un paraíso liberal ni nada parecido, pero el intervencionismo está, como en los países del norte de Europa, matizado por una economía abierta y eficiente, y por un corporativismo que en vez de conspirar contra el desarrollo de las empresas opera como un mecanismo de flexibilización y de acuerdos pacíficos que ha permitido rápidos ajustes salariales ante la crisis, lo que protegió el empleo, la inversión, el progreso técnico y las exportaciones, no especialmente destacable en las finanzas sino en la pujante industria germana, que no depende sólo de un puñado de gigantes multinacionales sino de un tupido tejido de pequeñas y medianas empresas capaces de competir en la economía globalizada. Todo esto en un diálogo permanente con los sindicatos y en un contexto de apreciable paz social. No es casual que se vuelva a hablar del capitalismo renano…
Se comprende que allí no cuelen las consignas que proliferan en otros países sobre la precariedad laboral, como si los males de nuestro llamado mercado laboral fueran culpa de la señora Merkel y no de nuestras propias autoridades. Y, sí, es verdad que la banca alemana hizo muchas tonterías, sobre todo fuera del país, pero en ese campo los políticos y sindicalistas que hicieron y (sobre todo) deshicieron en nuestro sistema financiero estarían más guapos callados.
El camelo de la perversa «austeridad»
Lo misma vale para la perversa “austeridad”, supuesta responsable de nuestros padeceres (es curioso que no nos fijemos en los políticos que primero despilfarraron y después critican la austeridad que no es más que la consecuencia de lo que ellos mismos hicieron). Las medidas dramáticas, los golpes de timón en varias direcciones que todos recomendaron enfáticamente a Alemania fueron ignorados por sus autoridades, que se mantuvieron al margen de las recetas que recomendaban que el país pagara una parte todavía mayor de la factura total europea. Dos años más tarde, la situación es relativamente mejor en casi todas partes.
Así, aunque son todos intervencionistas, los alemanes se preparan para reelegir la alternativa menos mala y dejar de lado al socialista Peer Steinbrück, que propone aún más intervencionismo, subida del salario mínimo y las pensiones, control de los alquileres, y, claro está, más impuestos…sobre “los ricos”, evidentemente…
A propósito de alternativas y de política económica y europea conviene recordar que ahí también Alemania es poco partidaria de los bandazos, y sus gobernantes insisten en que las propuestas del Ejecutivo sobre Europa han sido por regla general aprobadas en el Parlamento con muy amplias mayorías. Por no hablar de las coaliciones entre izquierdas y derechas, desconocidas aquí pero no allí. Sin ir más lejos, en el primer Gobierno de Angela Merkel su ministro de Hacienda fue… Steinbrück.
(Artículo publicado en La Razón.)