El economista francés Gabriel Zucman puede convertirse en el soporte público más visible, y acaso el recambio, de su mucho más célebre compatriota, Thomas Piketty. Se dirá que es por una cuestión de edad: Zucman nació en 1986, mientras que Piketty, que le dirigió su tesis doctoral en 2013, nació en 1971. Pero sospecho que el motivo fundamental no es cronológico: después de todo, ambos son jóvenes. La clave reside en que Zucman es una estrella ascendente, y le brinda al abanico de la izquierda, desde la más vegetariana hasta la más carnívora, exactamente lo que necesita después de la caída del Muro de Berlín y el creciente cuestionamiento del Estado de bienestar. Le brinda un argumento sencillo, fácil de creer, fácil de compartir, y fácil de esgrimir como consigna política y mantra intelectual.
El argumento es: aquí el problema son los ricos, y todo se arreglaría si les quitáramos un poquito. Vamos, un poquito. Nada de revoluciones genocidas con decenas de millones de muertos, que han sido el resultado fundamental del comunismo en el último siglo. Y nada de onerosas subidas de impuestos sobre los trabajadores y la clase media, que han sido la principal conquista social del Welfare State. Tan solo hay que quitarles una pizca a los opulentos, que después de todo ya tienen riqueza de sobra, y redistribuir esa pizca para pagar los servicios públicos y el Estado social. ¡Eureka!
El argumento es dudoso, pero también es dudoso que nos vayamos a extinguir todos en un apocalipsis planetario más o menos inminente, y sin embargo esa consigna ha sido apropiada con gran éxito por políticos, burócratas, ONGs, medios de comunicación, y empresas, que también se benefician del camelo, que últimamente recibe el revelador nombre de “emergencia climática”. Ante una emergencia, ya lo sabe usted, señora, señor, nuestros derechos y libertades se subordinan ante metas plausibles de carácter colectivo.
El mismo mecanismo opera en el caso de la desigualdad, lanzada a la arena del debate por Piketty, y relanzada ahora por Zucman con nociones que han llevado a los medios políticamente correctos al éxtasis, y a bochornosos solapamientos de información y opinión que darían ellos solitos para escribir un libro —no me mire usted a mí, que estoy escribiendo otro.
Comprendo el entusiasmo del pensamiento único, porque Zucman dice lo siguiente: cada vez hay más desigualdad, los impuestos ya no son progresivos, los ricos pagan menos impuestos que los trabajadores, subir los impuestos no daña el crecimiento, y se puede acabar con la evasión y los paraísos fiscales, porque no guardan relación directa con la presión tributaria. En serio.