Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, ha utilizado todos sus recursos para ocultar o justificar sus incursiones punitivas contra los derechos y las libertades de sus súbditos. Pero igual le sale mal. Las razones pueden estar lejos, pero también pueden acercarse.
Más allá del Atlántico, los americanos protestan ante la corrección política, desde la reacción contra la izquierda en EE UU, empezando por la muy hispánica Florida, hasta la eliminación del lenguaje inclusivo en el Perú, pasando, naturalmente, por la inquietud o incluso el pánico que sacude al progresismo ante Milei.
Hoy quiero hablar de otro océano y de otra bandera, la lucha contra el tabaquismo, cuyos objetivos coercitivos y recaudatorios, que se entremezclan con loables propósitos sanitarios, son cada vez más descarados. En nuestras antípodas están pasando cosas raras, desde Australia contra el presunto indigenismo (véase: https://bit.ly/3UfK13l) hasta Nueva Zelanda y, precisamente, el tabaco.
En 2022 se aprobó una ley para ilegalizar progresivamente la venta de tabaco en Nueva Zelanda. Solo unas pocas voces sugirieron que eso podría fomentar el contrabando. Después de todo, las drogas están prohibidas en todo el mundo, y bastantes personas las siguen consumiendo.
Warren, que ahora quiere prohibir fumar en las terrazas y marquesinas –estamos a un paso de que invada nuestras casas, por nuestra salud– podría mirar lo que ha pasado: esa ley ha sido derogada.
La nueva coalición del Gobierno neozelandés sostuvo dos argumentos. Por un lado, manifestó su decisión de continuar con las políticas de prevención a través de la educación. Conviene recordar que en ese país, como en el planeta, cada vez menos gente fuma. Por otro lado, se dijo que el tabaco tendría impuestos aún más altos de los que ya tiene, que son muy elevados, pero que la mayor recaudación permitiría bajar los impuestos al resto de la población.
Warren Sánchez, por lo tanto, podrá fumarse un puro en Auckland. Más caro que antes, eso sí.
Y mientras se lo fuma, podrá detenerse a reflexionar sobre las contradicciones y paradojas del socialismo de todos los partidos, que sistemáticamente propugna y propicia un intervencionismo masivo sin atender nunca a sus costes y consecuencias negativas de diverso tipo. Los progres neozelandeses, por ejemplo, protestaron porque, como resulta que los maoríes tienden a fumar más que la media, la derogación de la ley prohibicionista podría incrementar las “desigualdades sanitarias”. Pero la prohibición, que suprimiría la recaudación del impuesto sobre el tabaco, aumentaría los impuestos a toda la población, y la inseguridad por el inevitable florecimiento de las mafias traficantes de tabaco.
Está la opción de no quebrantar los derechos de la gente, para que libremente evolucione y mejore sus hábitos. Sospecho que, ante ella, Warren se fuma, efectivamente, un puro.