Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, consiguió ayer todos los votos que necesitaba, para el socialismo, y sobre todo para el nacionalismo.
En el último cuarto de siglo, en efecto, los nacionalistas han pasado de tener el 40 por ciento del Parlamento vasco a ocupar más de sus dos tercios.
Este notable resultado no se debe, por supuesto, a la gestión del PNV, o de ellos con los socialistas, cuyos gobiernos se han traducido en un retroceso relativo de la autonomía vasca con respecto al resto de España. La consolidación nacionalista se debe a Warren.
Empecemos de entrada por su partido, porque tiene mucho mérito que sus obscenos enjuagues no sólo no le hayan restado apoyo electoral, sino que lo hayan fortalecido, con dos escaños más. El cambio en su estrategia fue tan espectacular como inocuo. Apuntó Iñaki Garay en EXPANSIÓN: “el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín Aguirre, un hombre formado en la mismísima fontanería de Sánchez, llegó a asegurar que Bildu había hecho mucho más por España que los patrioteros de pulsera”. Afirmó que el partido de Otegi “ha contribuido a salvar miles de vidas”, que se dice pronto.
Y pronto se dieron la vuelta. Descubrieron que había algo malo en Bildu, porque, qué barbaridad, Pello Otxandiano, su candidato, no reconoció que ETA fue una banda terrorista, sino “un grupo armado”. El rasgado de vestiduras fue tan portentoso, tan cínico, como escasamente dañino en las urnas para el PSE. Podemos coincidir con Ignacio Varela, que lamentó en El Confidencial: “De todos los trueques y negocios políticamente detestables que Sánchez ha consumado, el más repugnante es su concupiscente matrimonio con los albaceas testamentarios de la banda terrorista”. Pero lo cierto es que –a pesar de Patxi López, que dijo, en serio: “Quien blanquea a Bildu es la democracia”– ese blanqueamiento lo llevaron a cabo los socialistas, que ayudaron a que los herederos de la banda se hayan transformado en un partido más.
Lo vimos el sábado en EL MUNDO, que mostró en portada a unos jóvenes que visitaban por primera vez una réplica del zulo de Ortega Lara. Estaban impresionados, sin duda, pero insistían: “Bildu es un partido como otro”. Desde luego, “hay que condenar la violencia, pero si votas a Bildu no eres ETA”. Rafa Latorre puso en el mismo diario el dedo en la llaga cuando destacó la culminación del blanqueamiento socialista de Bildu: le regalaron la alcaldía de Pamplona, nada menos. Y así terminaron los bildutarras siendo algo más o menos parecido a una apacible socialdemocracia nórdica o incluso helvética: “Hoy Bildu maneja adjetivos suizos como confederal, ellos que lo que siempre habían prescrito para los vascos es un socialismo a la albanesa con un añadido etnicista”.
Es tan inmoral este proceso que olvidamos que Bildu es también un enemigo de la libertad en todas sus demás propuestas, que a la izquierda le parecen progresistas. Lógicamente, si a esa izquierda no le preocupa que el sistema de pensiones esté cada vez más desequilibrado, como reiteran los analistas más moderados de España, de Europa y de los organismos internacionales, menos le va a preocupar que Bildu comparta los errores y fantasías del intervencionismo.
En la perdurabilidad de ese intervencionismo tienen puestas todas sus esperanzas Warren Sánchez y sus secuaces. En eso y en que los jóvenes vascos no tengan vivo el recuerdo de Miguel Ángel Blanco y de otros cientos de asesinados. Son del pasado. De otro “ciclo”, como gustan comentar.
Se repetirá probablemente la coalición PNV-PSE, que Warren nos volverá a jurar que es realmente progresista, pero también lo habría dicho si Bildu hubiese dado el sorpasso. Que, por cierto, lo puede dar en el futuro, dado su gran resultado electoral, que prueba que le puede ganar al PNV y que sintoniza con una sociedad vasca que sin duda ha cambiado, aunque sea también cierto que los de Otegi han hecho una diestra campaña para mantener el voto de la cochambre más fanática que aplaude a los asesinos, pero sumándoles a los muchos que creen que la clave de Bildu ahora es subirles los impuestos a los asquerosos ricos, atacar a las empresas, aumentar el salario mínimo o respaldar la causa palestina. Lógicamente, han cooperado con Warren en devorar a los ultras de Sumar y de Podemos.
Triunfo nacionalista y socialista, pues. El constitucionalismo ya es un recuerdo en el País Vasco. Próxima etapa, Cataluña. Warren sigue.