El premio Nobel de Economía, Edmund Phelps, comenta en su último libro, Mass Flourishing, que los grandes artistas del pasado “reflejaron las tensiones y emociones que emergen con la vida social moderna que se desarrollaba a su alrededor”. Así, El anillo de los nibelungos puede ser interpretado como una épica incluso económica, como el desafío de la búsqueda del triunfo en los negocios, y todo ello puede contribuir a dar significado a la vida. Sin embargo, “el ciclo del Anillo también trata del sinsentido y la posible ruina que aguarda a los que se entregan a una obsesiva y desenfrenada búsqueda del poder arbitrario”.
Esto podría a primera vista enlazar a Wagner con otro anillo célebre, y que también tiene un mensaje liberal, puesto la obsesión del héroe de Tolkien —que no se llama Frodo por casualidad, al aludir a freedom— es alejar el poder, representado como un atractivo peligro en el anillo. Pero Wagner tuvo claras simpatías socialistas, y su mensaje en la tetralogía de los nibelungos es que nos condenaremos si optamos por la riqueza o el poder antes que por el amor.
Más aún, Tolkien negó haber sido influido por Wagner y su anillo poderoso. Le comentó a su editor: «Ambos anillos eran redondos, pero a partir de allí no guardan entre ellos semejanza alguna», lo que parece exagerado, aunque pudo deberse a la necesidad del escritor inglés de apartarse del músico favorito de los nazis.
Por añadidura, se ha dicho que Tolkien no era un liberal sino uno más de la legión que desde John Stuart Mill hasta hoy han querido cohonestar libertad y coacción, buscando una tercera vía entre capitalismo y socialismo.
El romanticismo de Wagner nubla y matiza lo que es una clara idea liberal, porque el “oro brillante” debió permanecer siempre en el fondo del Rin, y Alberico lo roba por el poder que encarna y confiere. Pero la oposición wagneriana no se entabla entre poder y libertad sino entre poder y amor: tendrá el anillo quien renuncie al amor. El poder ilimitado es, así, buscado por los que no aman. Alberico maldice el anillo y se desata la tragedia. Todo se hunde, pero finalmente, “el amor traerá la dicha”. La dicha, no la libertad.
En cambio, Tolkien ha sido recelado por la izquierda y celebrado por los liberales, y con razón, como explicó Alberto Mingardi. Efectivamente, aunque haya sido lo que denominaríamos un socialdemócrata, Tolkien amaba la libertad y desconfiaba del poder —como Mill, por cierto. Esto escribió sobre su gran obra: “Se puede ver el Anillo como una alegoría de nuestro tiempo, una alegoría del sino inevitable de todos los intentos de derrotar al poder malvado por medio del poder”. En todos sus textos, concluyó Tolkien, “el poder es una palabra ominosa y siniestra”.