Un Jones y dos periodismos

Por sabia recomendación de mi amigo, Rafa Sañudo, he visto Mr. Jones, una película histórica de 2019, dirigida por Agnieszka Holland, y protagonizada por James Norton. Trata de la vida del periodista británico Gareth Jones, que investigó las atrocidades de Stalin durante la colectivización forzada en Ucrania.

No se habla mucho de las ideas de Jones, aparentemente un progresista asesor de Lloyd George. No tenía por qué abrigar recelo ante el comunismo, que hace un siglo tenía una gran fama en Occidente. Pero como periodista había algo que no encajaba: en un mundo en crisis ¿cómo podía ser tan próspera la URSS?

Consigue llegar a Moscú y se entera de que ningún periodista puede viajar a Ucrania, uno de los principales graneros del mundo. Eso basta para que intente llegar hasta allí.

Lo consigue y contempla horrorizado el tristemente célebre Holodomor, que en ucraniano significa “muerte por hambre”. No realiza ninguna reflexión ideológica, no argumenta lo que sabemos hoy y en 1933 algunos liberales ya sabían, a saber, que el socialismo no funciona, y que aniquilar la propiedad privada y suprimir los contratos libres del mercado no puede provocar prosperidad sino miseria.

Una y otra vez, sea en Rusia, en China, o en Camboya, los comunistas aplicaron la doctrina socialista y asesinaron a decenas de millones de trabajadores, que en un porcentaje apreciable fueron muertos por hambre. Ese genocidio es lo que Gareth Jones ve con sus propios ojos en Ucrania, donde los campesinos fueron expropiados, para que sus cosechas fueran forzadamente transportadas a Moscú.

El periodista Jones hace lo que cualquier periodista con una gran historia: intenta contarla. Logra salir de Rusia, pero en Inglaterra nadie quiere publicar la mala nueva del fracaso del paraíso socialista. Finalmente acepta hacerlo un americano: Randolph Hearst. Gracias a él el nombre de Gareth Jones no ha sido olvidado del todo.

Frente a Jones estaba Walter Duranty, corresponsal del New York Times en Rusia, y una leyenda del periodismo, ganador de un Premio Pulitzer. Duranty fue un descarado cómplice de la dictadura comunista, e hizo todo lo posible para que las noticias de la hambruna generada por las políticas socialistas no fueran conocidas en Occidente. Y en buena medida lo consiguió, entre el temor a ser políticamente incorrectos y la seducción de la propaganda antiliberal, siempre tan atractiva, entonces como ahora.

Otra diferencia reveladora entre ambos periodistas tiene que ver precisamente con las ideas, porque Duranty quería defender el socialismo, y creía que por ese ideal tan noble estaba bien mentir para proteger a líderes como Stalin, impidiendo que el mundo conociera sus crímenes.

Nunca le retiraron el Premio Pulitzer. Y el socialismo sigue siendo un bello ideal.