Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, no obtuvo ayer los votos suficientes como para superar su particular un, dos, tres. Es decir, los 123 diputados que tenía en la anterior legislatura.
La promoción de estas nuevas elecciones ha sido un fracaso para el PSOE y deja un Parlamento más fragmentado y con muy inciertas posibilidades para formar un nuevo gobierno. Como quien no se consuela es porque no quiere, siempre se podrá decir que es mejor no tener gobierno que tener uno malo, como sin duda habría sido uno formado por una izquierda fortalecida, sumando los votos de los radicales de Podemos y sus confluencias, y los independentistas.
Aunque es verdad que los nacionalistas han cosechado un resultado mejor que en abril, la ultraizquierda ha retrocedido. Lo ratificó anoche Pablo Iglesias, que lanzó reproches a Sánchez como si el propio Iglesias no tuviera nada que ver con lo que ha pasado, y repitió la cantinela, que proviene de los tiempos de Julio Anguita, de que aquí el socialismo puede imponerse fácilmente en España con los “artículos sociales” de la Constitución de 1978. Estos artículos son ciertamente antiliberales, pero, como en otras cartas magnas, conviven con otros que son liberales, como el reconocimiento de la economía de mercado, la propiedad privada y la herencia. Estas contradicciones están ahí, pero no cuentan para los ultras en ninguna de sus acepciones. No está claro que a Iglesias le puedan mover la silla ni el chalé, sobre todo porque las expectativas de Íñigo Errejón han probado ser claramente infundadas.
En realidad, si existe alguna posibilidad de defender la estrategia de Warren Sánchez, es que colaboró crucialmente en la subida de Vox, sin cuya existencia no es absurdo pensar que el PP podría haber ganado ayer las elecciones.
Perdió más escaños Podemos que el PSOE, pero ambos fueron castigados, y no olvidemos que pudieron haber gobernado hace pocos meses.
Ganó la participación, porque no hubo un castigo importante de los electores con una abstención apreciablemente mayor; ganó también el PP, y obtuvieron un éxito considerable los de Vox y un fracaso estrepitoso los de Ciudadanos.
Pablo Casado puede sentirse satisfecho, aunque siempre cabe argumentar que venía de bastante abajo. Sigue liderando la derecha, aunque con un nuevo actor mucho más relevante, que es Santiago Abascal, el gran triunfador de la noche electoral, porque Vox se ha convertido en la tercera fuerza política de España. No han funcionado las histerias alarmistas, ni los cordones sanitarios, ni las campañas de demonización, ni nada. Se decía que la mayor victoria concebible para Vox habría sido lograr 50 diputados, y los ha superado.
La catástrofe de Albert Rivera es la imagen especular de Vox. Y habrá que ver si lo que muchos consideraban impensable es lo que en parte ha sucedido, a saber, que muchos votantes de Ciudadanos se han pasado a Vox, posiblemente por su discurso firme frente al nacionalismo en Cataluña. Se llegó a afirmar que si el partido naranja obtenía menos de 25 diputados, el liderazgo de Rivera quedaría cuestionado. Con lo que finalmente han votado los españoles, el congreso extraordinario está cantado y no sería razonable que Rivera continuara. Se abren, por tanto, las especulaciones sobre su sucesión, asunto complicado por regla general, y mucho más en una formación tan cesarista como Ciudadanos, un partido, no lo olvidemos, que estuvo a poco de determinar o incluso participar en posibles alternativas de Gobierno en nuestro país. Algo parecido a lo que ocurrió con Podemos.
El nacionalismo, incluidas sus variantes más extremas, ha tenido relativamente buenos resultados. La opción abierta es la del liderazgo de ERC, con la entrada de la CUP, y la eventualidad de pactos con el PSOE vía los socialistas catalanes.
No vaya a ser que a alguien se le olvide: la economía española frena su crecimiento, y el horizonte es cualquier cosa menos halagüeño. No parece que las elecciones de ayer representen alivio alguno al respecto, salvo que sea realista pensar en una administración socialista moderada por el PP. Pocos lo consideran así, de momento.
En suma, por fin, hay que decir que Teruel, ciertamente, existe. Gobierno, a saber.