No está admitida aún por la Academia, pero según Fondéu BBVA uberizar y uberización son palabras bien formadas a partir de la empresa Uber, y hacen referencia a las “cada vez más numerosas plataformas de economía colaborativa en las que, gracias a internet y las nuevas tecnologías, unas personas ponen a disposición de otros particulares, sin necesidad de intermediarios, diversos bienes y servicios”.
Los ciudadanos están a favor: son uberizadores rápidos. Los lentos son: autoridades, burócratas, políticos, sindicalistas, intelectuales y personas del llamado mundo de la cultura, y competidores.
Empecemos por estos últimos, cuyos motivos parecen muy comprensibles, porque brotan del más antiguo de los temores económicos: el temor a perder. Se entiende la preocupación de los taxistas de todo el mundo, no sólo porque el car-sharing se extiende gracias a las preferencias del público, sino porque lo hace en sectores muy regulados y con grandes barreras de entrada. Y sabemos que los empresarios de otros sectores muy importantes, y que también han vivido desde siempre protegidos frente a la competencia, como la banca o la energía, están poniendo sus barbas a remojar ante la irrupción de la economía colaborativa, que puede empezar por el transporte y el turismo, pero no sabemos dónde terminará.
Lo que en principio parece menos comprensible es la unión del resto de uberizadores remolones. Y, sin embargo, se trata de una antigua alianza que ya denunció Adam Smith cuando advirtió sobre cómo los empresarios lograban el apoyo de los poderosos para frenar la reducción de los precios a través de la mayor competencia nacional e internacional.
Las motivaciones de los uberizadores lentos pueden ser atractivas, como el nacionalismo, a menudo utilizado curiosamente para obligar a los nacionales a pagar más. También está la precarización, esgrimida contra el sistema laboral de los innovadores curiosamente por quienes aplauden los regímenes intervencionistas que, con sus impuestos, regulaciones y cotizaciones, propician el paro hasta niveles tan escandalosos como el que padecemos en España. Y también están la fiscalidad y la competencia “desleal”, que blanden curiosamente los que jamás se preocupan por bajar los impuestos para que las empresas puedan prosperar y contratar, y competir con más facilidad.
La hostilidad de políticos y burócratas guarda relación con la de los intelectuales. Todos ellos, en efecto, se llenan la boca hablando de los derechos de la gente, pero curiosamente montan en cólera y hacen saltar todas las alarmas ante la economía colaborativa, cuya característica fundamental es que sirve a la gente y no se sirve de ella. Tanto la sirve que son los usuarios de cualquier servicio los que lo inspeccionan, califican y puntúan: el negocio tiene que adaptarse al usuario, y no al revés. Parece, por tanto, que lo que molesta a los uberizadores parsimoniosos es la libertad de elegir.