Ahora que el Gobierno nos amenaza con nuevas usurpaciones –“hachazo fiscal”, lo llama con acierto nuestro periódico– recomiendo la serie de espionaje Slow Horses, que se puede ver en Apple TV+ (la cuarta temporada acaba de estrenarse), y que ilustra sobre las sombras de la política, la burocracia y los Estados.
Basada en las novelas de Mick Herron, Slow Horses cuenta la historia de Slough House, o la Casa de la Ciénaga, un sitio bastante sórdido a donde el servicio secreto inglés, el famoso MI5, envía a los agentes que han fallado en su trabajo, pero a los que por diversos motivos no quiere despedir. Se supone que, bajo el mando de Jackson Lamb, un desagradable borracho, los agentes no harán nada importante, pero la aventura estriba en que Lamb, que resulta lo menos parecido a James Bond que cabe imaginar, es un genio, y los inquilinos de Slough House se meten en trepidantes aventuras.
Lo notable es que dichas aventuras no tienen como enemigo exclusivo y sobresaliente a un malvado exógeno, como SPECTRE en el caso de Bond, o la URSS en el de las historias de Smiley de John Le Carré. El verdadero peligro está dentro: los burócratas y las influencias políticas del propio MI5.
Y aquí da un paso al frente la public choice school. Escribió G. Patrick Lynch en el Liberty Fund: “Hasta los años 1960, los académicos modelizaban a los individuos en el sector público como personas motivadas por el interés general. Tullock y su coautor, el premio Nobel de Economía James Buchanan, elaboraron un modelo de la política que trataba a los políticos y los funcionarios como interesados en sí mismos, más que en el bien común, y como seres humanos, no ángeles. También plantearon la idea de que la política es un proceso de intercambio, parecido a un mercado. Con estos dos supuestos le dieron la vuelta al análisis político”.
Slow Horses no solo es divertida, sino que nos deja pensando sobre esta cuestión, porque resulta que, incluso si, como suele suceder en la burocracia y los Gobiernos del mundo real, hay frenos y contrapesos por parte de otras burocracias y otras fuerzas políticas, e incluso si finalmente ganan los “buenos”, el coste puede ser oneroso para las vidas y haciendas de los inocentes.
Asistimos en la serie a una ininterrumpida sucesión de fallos del intervencionismo, que pueden desembocar en conclusiones opuestas. Una es la consternación. Si nuestra seguridad, nada menos, está en manos de esta gente, no hay salvación. La conclusión contraria es la esperanza en que las instituciones puedan, como pueden, defender la libertad y la seguridad mejor que el capricho de gobernantes y burócratas.