Gracias a la certera recomendación de Alberto Mingardi leí esta célebre novela de 1827 de Alessandro Manzoni, a quién un economista de la talla de Luigi Einaudi calificó como “la viva encarnación de la mezcla entre conocimiento y claridad” (Selected Economic Essays, Palgrave Macmillan, 2014, vol. 2, pág. 231).
En un punto de la novela, que transcurre en torno a 1630, se nos habla del segundo año de malas cosechas en el Milanesado (en el primero habían consumido sus reservas), tragedia que se sumó a la guerra, al “derroche y despilfarro” de los gobernantes y a los “insoportables tributos” con que oprimían al pueblo. Manzoni emplea para censurar los impuestos la palabra “codicia”, que hoy a nadie se le ocurriría utilizar para otra cosa que no sea el mercado libre.
Pero volvamos a la escasez, y “aquel efecto suyo doloroso, tan saludable como inevitable, el encarecimiento”. Nótese la destreza de ponderar positivamente la subida de precios, como solución verdadera y contraintuitiva. La reacción típica entonces, como sería ahora, y a pesar de “tantos escritos de hombres de valía”, fue pensar que “la escasez no tiene razón…se supone de pronto que hay grano bastante y que el mal viene del no vender el suficiente para el consumo; suposiciones que no tienen pies ni cabeza, pero que lisonjean a un tiempo la cólera y la esperanza”.
Se culpa a los empresarios del problema, se les acusa de acaparadores y se adopta la clásica medida de imponer precios máximos, lo que no resuelve nada: “el mal duraba y crecía. La multitud atribuía tal efecto a la escasez y la debilidad de los remedios, y solicitaba a gritos otros más generosos y decisivos”. El gobernador fijó el precio del pan a 33 liras, siendo su precio libre 80.
La consecuencia, como si estuviera viendo Manzoni la Venezuela populista del chavismo, fue la ruina de los panaderos y la desaparición del pan. Las autoridades deciden entonces subir el precio, y el pueblo, indignado, se lanza a la calle y empiezan los asaltos y saqueos que, lógicamente, no aumentan la oferta de pan: “no son los medios más comunes para hacer vivir el pan pero esta es una de las sutilezas metafísicas a las que una multitud no llega”.
La muchedumbre, presa de prejuicios animados por las autoridades, no se da cuenta de que sus contratiempos son consecuencia directa del intervencionismo de esas mismas autoridades, y reclama soluciones fáciles, ninguna de las cuales es crear riqueza sino apropiarse de la ajena, entonando estas atractivas consignas, completamente contrarias a la realidad y propias de la fantasía de quienes propician atajos para llegar al paraíso violando la libertad: “¡Viva la abundancia! ¡Mueran los hambreadores! ¡Muera la carestía! ¡Viva el pan!”.
(Artículo publicado en Expansión.)