Tras la caída del Muro de Berlín, los enemigos abiertos del capitalismo se fueron esfumando. Tantos millones de trabajadores asesinados por los anticapitalistas eran cada vez más difíciles de ocultar y digerir. La insistencia en la infinita perversidad del capitalismo comportaba el riesgo de que grupos crecientes de personas percibieran y acaso proclamaran la evidencia, a saber, que si el capitalismo es malo, el anticapitalismo es muchísimo peor.