En su reciente libro Mass flourishing. How grassroots innovation created jobs, challenge, and change, Edmund Phelps, premio Nobel de Economía en 2006, sostiene que la clave del crecimiento no estriba en las cifras de productividad sino en lo que llama “dinamismo económico”, a saber, las fuerzas que subyacen a la innovación, el impulso a cambiar, la receptividad ante los cambios, los valores y las instituciones: todos ellos confluyen en “la disposición y capacidad para innovar”.
Y lo tiene claro: “la tasa de crecimiento de la economía de un país no es una medida útil de su dinamismo”. El PIB por hora trabajada fue el mismo en Italia y EE UU entre 1890 y 1913: no puede ser que su dinamismo coincidiera.
La importancia de las ideas en la innovación guarda, como es sabido, una relación con la ciencia menos directa de lo que sugeriría el sentido común mal informado. La innovación depende de las ideas que descubren los empresarios en el mundo real. El genio de Henry Ford no fue haber inventado el coche, que por supuesto ya estaba inventado. El propio empresario norteamericano insistía: “Yo no he inventado nada: simplemente ensamblé en un coche los descubrimientos de otros”. Su genio fue el igualitarismo, como dice Harold Evans: tuvo la insólita idea de que todo el mundo debería poder tener un coche, algo hasta entonces reservado a una acaudalada minoría.
Tal como subrayan el papel de los empresarios en la economía moderna, las páginas de Phelps evocan inevitablemente a la Escuela Austríaca de Economía, y a su noción anti-neoclásica de que la disciplina no versa sobre la mera asignación de recursos dados sino sobre procesos de descubrimiento, donde los empresarios alertas desempeñan un papel crucial. Y, efectivamente, cita pronto a Hayek, “el primero que analizó la economía desde esta perspectiva”.
Su reconocimiento del éxito del demonizado capitalismo decimonónico es patente, y recuerda que los salarios reales se duplicaron entre 1820 y 1850. Como afirmó Gladstone en 1863: “los ricos se han vuelto más ricos, y los pobres, menos pobres”. Marx y los socialistas no fueron capaces de ver que el capitalismo moderno contra el que despotricaban fue en realidad un caso notable de inclusión económica y social que hizo que desde entonces la economía y el bienestar se parecieran poco a lo que habían sido antes del año 1800.
El retrato de lo que sucedió desde entonces es pintado por Phelps con destreza, y analiza desde los datos hasta las instituciones, la cultura y la vida cotidiana de las personas corrientes.
Sin embargo, no es un liberal al uso. De hecho, quiere reunir a Hayek con Keynes, pasando por Rawls. La suya es una posición centrista, entre el socialismo y el corporativismo, que aboga por un Estado limitado y que propicie la innovación. Un Estado que no tenemos.